Las palabras del poeta Antonio Porchia condenan la ignorancia y la estupidez humana con justificada intensidad. Es la misma ignorancia y estupidez que lleva a atacar a quienes producen alimentos para la mesa de los argentinos
La grieta existe. Es con aquellos que delinquen, estafan, sacan provecho de los dineros públicos, fomentan enfrentamientos sin sentido entre los argentinos. Es con aquellos que arrastran ideologías perimidas, probadamente fracasadas, que pretenden imponer una y otra vez a pesar de que el mundo va en sentido contrario.
Las consecuencias de tal accionar están a la vista. Esta vez la noticia involucra a una cooperativa del sur de la provincia de Buenos Aires, que se encontró con la nada agradable sorpresa de 51 silos bolsa destruidos, 25 de ellos con rotura total. Vandalismo cobarde llevado a cabo al amparo de la noche y el anonimato.
Hablamos de trigo almacenado en bolsas, es decir, una porción del escaso cereal que tendremos disponible esta campaña, que guardaban un grupo de productores de mediana a baja escala en la cooperativa que los agrupa. Ni siquiera hay chances de echar mano a los cliches que suelen usar estos mercenarios, apuntando a las grandes extensiones agrícolas, lo que de todos modos es igualmente injustificado.
Debo reconocer que es muy difícil para quienes estamos lejos del estudio de la psicología humana encontrar razones de tal proceder. Frustraciones de la adolescencia, traumas de larga data, adoctrinamiento político, ceguera a la hora de discernir qué es bueno y qué es malo dentro de una escala de valores razonable. ¿Quién sabe? Lo único seguro es que se trata de un delito.
Más de 300 silos bolsa han sido atacados en el país. Guardaban alimentos, y también futuros dólares que el país necesita como el pan de cada día. Custodiaban el esfuerzo que implica invertir corriendo todos los riesgos; esta campaña le ha demostrado a más de uno que se puede perder todo en unos pocos meses cuando se elige poner dinero en el campo. Esas bolsas contenían además el trabajo sagrado de la naturaleza, que consigue la maravilla de transformar agua y dióxido de carbono en biomasa aprovechable por el ser humano.
Salvando las distancias (doble subrayado), es un proceso similar al de aquel que pone un explosivo en una estación de trenes. No conoce a quienes va a dañar ni le interesa. En este caso, el vándalo no sabe si está afectando a gente que necesitaba ese trigo como única fuente de ingresos para su familia, ni le importa. Trabaja al voleo, indiscriminadamente.
Pero volviendo a la psicología, otro hecho merece un análisis seguramente profesional. No se ven situaciones similares en toda la región. No pasa en Brasil, Uruguay o Paraguay, y eso que los ingresos de sus productores duplican lo que se lleva un agricultor argentino. No ha habido en estos países una activa campaña anti-campo como si se visualiza entre nosotros a partir de la postura de determinados sectores.
El nuestro es el único país en que el agro aporta verdaderas fortunas cada año, que se supone ingresan en la economía y deberían derramar sobre todos los argentinos. Así y todo, la población en general no tiene internalizados los alcances de este gesto. No lo valora. Hay una cuota de culpa del sector, es verdad, pero también pasa por el desinterés de los gobernantes en transmitirlo y explicarlo claramente.
La Argentina necesita ser reseteada. Empezar de cero. Volver a cargar el disco con los valores que alguna vez tuvimos. Siempre hay tiempo para hacerlo, aunque no parezca.