En el momento de escribir estas líneas, el décimo día de abril comienza a despedirse sin que se registren más que unas pocas operaciones ligadas al nuevo dólar soja ideado por el ministro Massa. El productor no parece demasiado movilizado por ahora y el texto de la medida que dio vida a este programa tiene varias cuestiones que corregir. Probablemente en el curso de la semana los negocios empezarán a fluir, aunque en esta Argentina nada es seguro.
Como fuere, los tambos medianos y pequeños saben que se les viene la noche. La capacidad de pelea de estos productores es encomiable, pero cuando se reciben golpes a repetición la actividad se torna muy difícil de sostener. Se sabe, acabamos de atravesar una de las etapas más duras que se tenga recuerdo. La sucesión de seca, golpes de calor, heladas en verano y otras bellezas por el estilo terminó con el pasto y pulverizó las chances de confeccionar reservas. El alimento de las vacas se ha esfumado.
Cuando esto pasa repetidamente hay que cerrar o salir a buscar tranqueras afuera lo que se consiga, y pagarlo lo que nos pidan, hasta un punto en que resulta más conveniente tomar decisiones extremas que meter la mano en el bolsillo para seguir sacando dinero que luego no se recupera. El gráfico del especialista Marcos Snyder es más que elocuente respecto de lo que ha ocurrido con los costos de producir leche en la Argentina a partir de septiembre del año pasado.
Por su parte, el relevamiento realizado por CREA habla de un escenario 2023 con reservas más escasas y de menor calidad, incluso se evidencia la necesidad de salir a comprarlas. Esto se verá reflejado en la producción de leche de los próximos cuatro meses. Desde el punto de vista económico, se prevén costos de producción elevados, con un precio de la leche evolucionando por debajo de la inflación y una complicada situación económico-financiera a nivel nacional. Es el resultado del control de precios y la destrucción de los salarios de la población, mientras que las exportaciones se liquidan a un dólar de fantasía.
En ese contexto, un nuevo dólar soja, de mayor duración que los anteriores, será el tiro de gracia para muchos productores de leche, porque potenciará aún más la suba en los gastos de la actividad, costos que hace rato no tienen correlato con los ingresos.
Es, si se quiere, una disputa entre necesitados, un escenario perverso creado por la desaprensión de quienes conducen la macro argentina. La sucesión de parches producto de las necesidades y caprichos del gobierno desviste un santo para vestir otro. Las urgencias hacen que ni siquiera se evalúen superficialmente las consecuencias colaterales de la medida.
Así las cosas, no hay nuevas herramientas para amortiguar el golpe en los tambos, y las que existen fluyen lentamente; recién se está liquidando la primera cuota de la "ayuda" que prometiera Massa tiempo atrás. La inflación va devorando todo lo que encuentra a su paso, por eso cuanto más demora en llegar al productor este dinero, menos útil resulta.
Es gente que además sobrevive lidiando con el cuestionable sistema de comercialización que caracteriza este negocio: la leche se cobra muchos días después de la entrega y la suba indetenible de los precios de la economía no hace más que generarle al tambo un perjuicio financiero importante. Eso más allá de que el blanco fluido se entrega sin saber a qué precio se pagará y cuándo exactamente llegará el dinero. Siempre van detrás de la realidad; cuando alcanzan los 75 pesos ya deberían estar en 100 y así permanentemente.
Todos los productores de leche la están pasando mal, pero es en los tambos medianos y pequeños, de menos de 2.500 litros, donde el riesgo de bajar la persiana se incrementa considerablemente. Llevan muchos meses trabajando a pérdida, tapando agujeros a la espera de un cambio, que en más de un caso llegará tarde. Un trabajo del INTA revela que el 55% de los encuestados manifiesta que durante el primer trimestre del año existió una clara reducción de la producción de leche. Esta frecuencia sube al 80% en los tambos de menor escala y se reduce al 45% en los de mayor tamaño.
Lo cierto es que tres ediciones del llamado dólar soja han logrado poner a algunos tamberos al borde del cierre definitivo. Y los que están algo menos comprometidos han desistido de la posibilidad de ampliar su negocio. Implica que a diferencia de lo que ocurría en el pasado, un tambo que cierra equivale a vacas que terminan siendo faenadas. Para peor, se pagan impuestos pesados incluso por las hembras que habrá que malvender.
El tambo es una rueda. No puede parar, no tiene chance de especular con nada. El panorama es aún más dramático en el caso de aquellos que están bajo un alquiler que se paga al precio del dólar soja. La industria también tiene sus padecimientos. Desde Apymel, entidad que nuclea a las pequeñas y medianas empresas del sector, pidieron que se incluya a la lechería entre las economías regionales favorecidas en esta oportunidad. Todo indica que no habrá suerte.
La situación del tambo es claro ejemplo del descalabro que genera el manejo espasmódico de la macro, teñido de una ideología que ha quedado atrás en el tiempo. Muchos de estos productores lamentablemente no llegarán a ver tiempos mejores, en que se pueda comerciar libremente y sin la cancha inclinada en contra de quien produce.
Claudio Gianni
Etiquetas:tambosLecherìacostos producción lecheeconomía
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