Editorial

¿Sin reacción frente a la catástrofe?

Los números de la campaña 2022/23 son aterradores, para el hombre de campo y para un gobierno que depende de ellos y parece más preocupado por complicar a la Corte que por contener el derrumbe económico.

14 Mar 2023

Los números de la campaña 2022/23 son aterradores, para el hombre de campo y para un gobierno que depende de ellos y parece más preocupado por complicar a la Corte que por contener el derrumbe económico.

Los números de la campaña 2022/23 son aterradores, para el hombre de campo y para un gobierno que depende de ellos y parece más preocupado por complicar a la Corte que por contener el derrumbe económico.

El gobierno da la imagen de un boxeador groggy, mirando a su rincón sin encontrar respuestas. Subió al cuadrilátero mal entrenado, con una trayectoria previa muy cuestionable. Allí se encontró con un rival mucho más complicado de lo que podía imaginar, y ahora no sabe cómo resolver la situación. En este caso no está contemplada la opción de tirar la toalla y ya. No hay salidas facilistas que solucionen esta catástrofe.

El desastre productivo que soporta la Argentina no se dio de un día para otro. El mundo venía siguiendo la ofensiva que las siete plagas de Egipto desataron sin prisa y sin pausa sobre la producción de trigo, cebada, soja y maíz, más la leche y la carne, de una punta a otra de las Pampas, sin misericordia alguna. Ya en diciembre una empresa estadounidense, reputada por haber acertado una de las campañas más complicadas en el Midwest, advertía mediante el uso de inteligencia artificial que la situación en la Argentina iba a desbarrancarse productivamente hablando.

Su modelo de pronóstico de rendimiento para la soja celeste y blanca predijo el umbral más bajo de los últimos 14 años. Esta empresa cuenta con un índice de salud vegetativa de los lotes, que para la Argentina es hoy el más pobre de este siglo, con tendencia a mínimos históricos, mientras que el índice de sequía está cerca de un máximo de dos décadas.

Los analistas internacionales ya aceptaron que nuestro país, que lidera el mundo en la producción y exportación de harina de soja y aceite de soja, va a reducir drásticamente las exportaciones de poroto y priorizará la generación de derivados. En realidad ya se sabe que se necesitará importar al menos 7.5 millones de toneladas de soja para evitar que la industria entre en un escenario decididamente sombrío. Se supone que eso tiene un costo que habrá que sumar a las pérdidas.

De nuevo, esto que pasó no fue un fenómeno repentino, hubo tiempo suficiente para planificar qué hacer para darle una mano al campo en la coyuntura y amortiguar el impacto sobre la economía del país. Ir bajando gastos para poder tenderle una mano al caído en desgracia, el mismo que tantas veces salvó al Estado argentino de terminar barranca abajo.

Ahora los números son aterradores. La Bolsa de Comercio de Rosario calcula un impacto global de la sequía en el orden de los u$s 19.250 millones, nada menos que 3 puntos del PBI. El aporte por exportaciones de los complejos de soja, trigo y maíz caerá de u$s 35.690 millones la campaña previa a u$s 21.740 millones esta temporada, un desplome en torno del 40%. Se infiere que la recaudación fiscal proveniente de la agroindustria resultará muy dañada: se estiman u$s 3.802 millones menos en soja, u$s 1.291 millones menos en maíz y u$s 963 millones menos en trigo. Es una merma de u$s 6.056 millones, un faltante irremplazable dentro de la economía argentina.

Pero la crisis es mucho más que eso. Se calculan 1.700.000 viajes de camiones que ya no se harán. La vida económica de pueblos y ciudades del interior entrará en jaque. Todas las actividades se resienten de un modo u otro.

Las pérdidas por hectárea entre quienes alquilan campos son enormes, incluso totales en algunos casos. Quien trabaja campo propio no ha tenido mucha mejor suerte. Todos dejaron en el camino gran parte del capital de trabajo disponible. Es gente que lleva adelante su negocio con una quita fenomenal en el precio, tanto en tiempos de bonanza como de desventuras. Y otra porción de los ingresos se los muerde el Estado al condenarlo a aceptar una paridad ficticia. Es lo que ya el gobierno debería haber empezado a modificar.

En cuanto al país, está claro que la disponibilidad de dólares será muy escasa., lo cual seguirá complicando la situación de las importaciones, sometidas hace tiempo a una estrechez de recursos conmovedora. La economía real va a sentirlo, se agravará la falta de insumos, la cadena de pagos puede empezar a cortarse.

En condiciones normales el gobierno ya debería estar abocado a tratar de contener la tormenta. Probablemente con algún plan destinado a reducir drásticamente el gasto en ministerios y empresas públicas, para poder recortarle retenciones al agro y permitir su supervivencia.

Hasta acá no se ve ningún movimiento especial frente a la catástrofe, escenario que puede agravarse todavía más si la crisis de los bancos en Estados Unidos se profundiza. Los comentarios indican que se estaría apuntando a subir tarifas a la clase media más allá de lo tolerable para compensar los DEX faltantes, mientras se pergeñan otras movidas por el estilo.

El riesgo país vuela, los bonos pierden terreno, el contado con liqui va para arriba, hay un déficit fiscal creciente, alta inflación, y dificultades para renovar la deuda en pesos. Es un boxeador fuera de estado, que no tiene recursos -o antes bien no quiere tenerlos, en aras de mantener el clientelismo- y corre el riesgo de terminar knock out, y con el todos nosotros.

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