En estos días se definen cosas grandes. Hoy se sabrá el índice de precios al consumidor en Estados Unidos, y el miércoles el dato de inflación mayorista, en tanto la Reserva Federal de este país definirá si sube o no las tasas nuevamente. Y en unos días más se conocerá la resolución de este mismo tema por parte del Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra y el Banco de Japón. En medio de todo esto, llegará el dato de inflación en la Argentina para el mes de mayo y la última fecha para inscribir las alianzas partidarias ante la Justicia Electoral. Nada menos.
Cuesta aceptar el grado de deterioro en que ha caído nuestra economía. Pero si los números actuales constituyen un verdadero viaje al mundo del terror, los que vienen pintan todavía más complicados. Es que la tendencia del gobierno apunta a sostener a como dé lugar la precaria realidad que lo envuelve. Se conforma con evitar el estallido y sueña con llegar a las elecciones generales y tener alguna clase de chance, apoyado en sus militantes incondicionales.
La coyuntura es especialmente crítica. El Banco Central sigue resignando reservas, con el agravante de que el último dólar soja, el salvavidas preferido de Massa, no alcanzó para levantar las menguadas existencias de divisas, como sí lo hicieron los anteriores. La sangría sigue. Para colmo, el FMI continúa sacándole el cuerpo al desaguisado oficial. Hay rumores de todo tipo, pero los dólares que necesita el superministro por ahora no aparecen. Es una complicación para los planes del gobierno destinados a mantener a raya al contado con liqui, al cual a duras penas logra contener. De hecho a pesar de la fragilidad de las reservas, el BCRA insiste en seguir vendiendo para evitar un salto devaluatorio. Se calcula que la intervención cambiaria desde el 14 de abril sumaría ya unos USD 1.500 millones.
Es el mismo Banco Central que enfrenta expectativas inflacionarias totalmente desancladas, con pisos cada vez más altos. El deterioro ha sido tremendo este año. El REM, que releva esas expectativas, pasó de esperar inflaciones mensuales del 6% a principio de año, a aguardar niveles del 9% ahora.
La próxima semana hay que enfrentar un pago por USD 2700 millones, más otras deudas igualmente importantes. Sin el dinero del FMI, el Central es como un boxeador grogui que ya no puede levantar las manos y espera lo peor.
Un importante banco estadounidense proyectó el valor del blue hacia fin de año en $900, y muy cerca de los 1000 para marzo de 2024. Pero además estima el dólar oficial en algo más de $500 hacia los últimos días de diciembre, lo cual a criterio de los especialistas requiere una devaluación más importante que el crawling peg que viene utilizando el gobierno.
Precisamente se dice que el Fondo aceptaría soltar el dinero que reclama Massa solo si se encara una depreciación del peso importante. El gobierno ha perdido reservas al por mayor interviniendo en el mercado de cambios, y el organismo sabe que una gentileza de la magnitud solicitada concedida sin requisitos concretos implicara más dólares que van a esfumarse tan pronto como entran al país.
En tanto se prenden velas al nuevo dato de inflación que se difundirá el miércoles. En las esferas oficiales creen que podría ser menos espantoso de lo que algunos calculan, sobre todo por los números de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Pero el mercado sigue convencido de que todo se agravará en el segundo semestre, con un piso que estaría en el 150% anual. Algún economista se anima arriesgar que entre nosotros y la hiperinflación solo se antepone la expectativa de cambio encarnada por un nuevo gobierno a mediano plazo.
Está claro que mientras la emisión monetaria siga fuera de control no puede haber chance alguna de que la tendencia alcista de los precios se desacelere. En el momento de asumir Fernández la carga de Leliqs rondaba $1 billón, hoy se ha multiplicado por 15. Es la deuda y además sus intereses leoninos, del 8% mensual. Por estos días el Central emite cerca de $1 billón por mes solo para pagarlos, unos $40 mil millones diarios, 8 veces más que en 2022. Entre Adelantos transitorios y un difuso rubro "Otros" (ayudas al gobierno) hay que agregar otra suma descabellada a esta montaña de pesos.
Ha sido un vicio de todos los gobiernos, agravado por la actual administración. El financiamiento del Banco Central al Tesoro en los últimos 20 años alcanzó los USD 267.000 millones de dólares, casi medio PBI y más de tres años de exportaciones normales, según revela una consultora. Un despropósito. La mala praxis de ese periodo se devoró los superávits gemelos que dejó Néstor Kirchner, para luego avanzar sobre los stocks.
En medio de semejante precariedad, esta supersemana podría alterar la frágil pax cambiaria. La "estabilidad" de los dólares financieros obedece a la constante intervención del Central en el mercado de bonos y a la omnipresencia del cepo. No se va a mantener eternamente. En el mercado creen que el blue ya tocó un piso, y que en no mucho tiempo más podría coquetear otra vez con los $500. El dato de inflación es clave, un número pésimo podría contribuir al final de este momento de aparente concordia. Lo mismo si pronto no hay novedades del FMI.
Pero no puede sostenerse además porque no hay cambios de fondo ni soluciones a la vista, no están entrando más dólares ni dejan de emitir pesos. Para colmo el segundo semestre siempre es poco amigable para las reservas y las compras de dólares del BCRA, porque este país depende del campo. Esta vez será peor; la seca se ha llevado al menos USD 20 mil millones.
A criterio de un conocido economista, vienen los peores cuatro meses de los próximos 20 años. Y después probablemente llegará un gobierno de otro signo, que la tendrá muy complicada. Cada medida que tome encarnará riesgos y resistencia de los mismos grupos que hoy se hacen los distraídos con la situación imperante. Por el bien de todos ojalá sepan resolver tamaña encrucijada.