En la vida pueden hacerse todo tipo de cosas, lo que no se puede es evitar las consecuencias. El último año la producción de leche en nuestro país padeció como pocas veces antes los efectos de una encerrona negativa muy definida: intervencionismo sin rumbo y acumulación de períodos fatalmente secos.
Es que por un lado la tercera Niña consecutiva terminó por barrer con el pasto disponible y los maíces que se necesitaban para hacer reservas, y obligó a entrar en una espiral de gastos en materia de alimentación de las vacas que derivó en la necesidad de desprenderse de animales.
El flujo de vacas que marchaban hacia la faena se vio potenciado asimismo por el carrusel alocado de medidas tomadas por un funcionario que buscaba a cualquier precio llegar a la presidencia de la Nación.
Los dólar soja/agro y el reparto discrecional de "beneficios", las limitaciones en los precios de quienes llegan al público con productos lácteos, un valor de la leche en tranquera por debajo de los costos y otras bellezas por el estilo llevaron a que el tambero acabara malvendiendo parte de sus vacas, en tanto otras veían deteriorarse su condición corporal.
Los especialistas indican que el productor perdió participación en 2024 con respecto a los eneros de los últimos 5 años. El valor en litros equivalentes también es el menor de la serie. La descapitalización progresiva del agroempresario completó un combo cuyas consecuencias inexorablemente iban a empezar a verse meses después.
Hoy el problema está ante nuestros ojos, y como sucede con la ganadería desde tiempos remotos, revertir procesos lleva tiempo, sobre todo si el contexto no muestra señales de un cambio radical.