Los discursos de la última semana parecen dejar al viceministro aún más solo en la titánica tarea de reeducar al gobierno desde adentro. La cúpula va a contramano de sus ideas. Difícil, muy difícil.
Quizás fue un descargo que necesitaba realizar. En público. Pero también puede que haya decidido cargarse sobre los hombros la responsabilidad de transformar al gobierno en algo más razonable. Tarea improbable si las hay, a la luz de la historia de algunos de sus integrantes. Gabriel Rubinstein dice cosas que Massa no se anima o no puede pronunciar abiertamente so pena de ser castigado, y entonces prefiere que el viceministro sea quien corra el riesgo de hacer las veces de fusible.
Los conceptos del secretario de Programación Económica en oportunidad de visitar el Senado van a contramano de lo que vienen prometiendo, hasta ayer mismo, las cabezas visibles del Gobierno, habitualmente divorciadas del largo plazo. Estas líneas de ningún modo pretender constituirse en un panegírico de este Vito Dumas de los tiempos modernos. Es solo la descripción de un hecho curioso, sorprendente, surrealista por momentos.
Mientras el viceministro advirtió sobre los riesgos de una hiperinflación y la ausencia de un plan de estabilización, con todo lo que eso implica, quien detenta el poder en la coalición gobernante vuelve a invocar los "tiempos felices", las "recetas de aquellos años", "repetir lo que ya hicimos". Habla de recuperar salarios, fuentes de trabajo, el ahorro. Quizás tenga alguna fórmula mágica, virtuosa, excepcional. Pero los mortales comunes, los que no hemos recibido el don de una inteligencia especial, necesitamos algo más terrenal como hipótesis de trabajo, sobre todo cuando el riesgo de una hiper no ha sido sofocado ni mucho menos; hay restos humeantes que en cualquier momento van a tomar fuego. Y mucho. Para Rubinstein es prioridad bajar la inflación, para las autoridades políticas no resulta urgente hacerlo.
Qué solitarias parecen las palabras del viceministro después del último viernes. Qué huérfana se ve aquella idea en cuanto a que la inflación que nos está matando es hija de un desequilibrio en el mercado monetario. Nunca tan cierto eso de que nada alimenta más al monstruo que la emisión sin contrapartida en la demanda real de dinero. Sin financiamiento externo ni reservas, y mucho menos apelando a controles, la solución al problema se torna utópica. "Para bajar el impuesto inflacionario lo más importante es reducir el déficit todo lo necesario". Inexorablemente cierto, pero con poco predicamento en el ala radicalizada del gobierno.
La Argentina avergüenza. La carestía que castiga al país nos pondrá probablemente en el primer puesto a nivel global si algo no cambia urgentemente. El gobierno gasta más de lo que ingresa y no lo puede financiar. La brecha cambiaria es un problema colosal. Fomenta la corrupción, desalienta exportaciones, anima a traer de afuera cualquier cosa con tal de aprovechar la volada. Lo reconoció el viceministro. Se necesita superávit fiscal y mejorar las reservas del Banco Central. Los parches no alcanzan.
Rubinstein elude las precisiones para minimizar el daño sobre su persona, pero es cierto que la Argentina había alcanzado superávits gemelos, inflación del 5-10% anual y reservas del Central en 30 mil millones, hasta que a partir de 2008 todo se fue por la borda. Por eso alarman los comentarios sobre "volver a hacer lo que hicimos entonces", lo que se suma a la sensación de que no hay lecciones aprendidas. Es el problema con el populismo, su desprecio por el largo plazo.
El segundo de Massa también golpeó la línea de flotación de uno de los principales candidatos de la oposición. "Hay gente que piensa primero en crecer y luego bajar la inflación. Esa es una idea contra toda la evidencia teórica y empírica". En efecto, ese postulante a la presidencia rara vez habla del gasto, de golpear al déficit fiscal allí donde más le duele, imprescindible para derrotar a un costo de vida fuera de control.
La única pretensión de los que pelean para llegar a fin de mes es encontrar la persona que se decida a ordenar la economía, no importa cuántos "kioscos" haya que desmantelar. En la región hay varios gobiernos de izquierda, y ninguno tiene números tan alarmantes como los de la Argentina. Ni por aproximación. No se es la oveja negra del barrio por pertenecer a un lado u otro. Somos el mal ejemplo por haber caído reiteradamente en manos de incapaces y demagogos. Y nos mantiene vivos la riqueza natural de un país que no merecemos.
Claudio Gianni
Etiquetas:Adolfo RubinsteinCristina KirchnereconomíaSergio Massa
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