Existe la creencia de que los flujos de mercancías del comercio exterior son los que determinan el saldo de la cuenta comercial y cuenta corriente del balance de pagos. Esto les daba a los países la posibilidad de elegir el tipo de cambio real de equilibrio, a través de su política cambiaria, que determinaba el resultado deseado por parte de quien planificaba su política económica.
Este argumento era fuerte en un mundo donde los flujos de capitales actuaban en forma residual al comercio de bienes y servicios. De esta manera, el tipo de cambio era usado habitualmente como una herramienta poderosa para generar incentivos a mayores exportaciones o reducciones de déficits comerciales.
En los últimos 20 años hemos notado que la relación de causalidad se ha invertido en muchos casos. Es decir, los movimientos de capitales son los que determinan el resultado de la cuenta comercial y la cuenta corriente.
Esto significa que los movimientos en las cotizaciones de las monedas de los países emergentes responderían más a los patrones cíclicos del flujo de capitales que a medidas aisladas de los Estados para sostener un tipo de cambio deseado.
La Argentina, aislada del mercado internacional de capitales desde el default de 2002, se enfrentó a un tipo de cambio real elevado, producto de la masiva salida de capitales y no de la decisión de los gobiernos de turno de mantener un dólar alto.
Es indudable que los mercados mundiales están fuertemente conectados a través de muchos canales de comunicación, entre ellos el de los flujos de capitales. Esto significa que los excelentes precios agropecuarios de los que nos beneficiamos no sólo fueron producto de decisiones de oferta y demanda de cada mercado particular sino de un patrón cíclico de capitales que influyó positivamente en casi todos los mercados de commodities.
Las decisiones de política monetaria de los Estados Unidos sin duda influirán en los precios de nuestros productos agropecuarios. En relación con esta situación, la agresiva política de la Reserva Federal de bajar rápidamente los tipos de interés desde el año 2001 determinó uno de los períodos de mayor retorno de las explotaciones agropecuarias en la Argentina y el mundo.
Más allá del resultado de la última reunión del Comité de Política Monetaria de la Reserva Federal del pasado 17 de septiembre, donde se decidió no subir el tipo de interés de referencia, el ciclo de capitales baratos ha comenzado a revertirse desde hace un año. De confirmarse esta tendencia, tendremos para los próximos años un escenario dramáticamente distinto para el sector agropecuario. Los precios de los commodities comenzarán un ciclo de caída, más allá de las estacionales variaciones, producto de problemas en la oferta y la demanda.
Este nuevo escenario de capitales más caros y precios agropecuarios deprimidos, sumado a la escandalosa presión fiscal sobre los establecimientos agropecuarios, sin duda modificará, y ya lo está haciendo, la rentabilidad del sector.
El boom de la soja, su menor nivel de gastos de explotación en relación con otros cultivos y el menor riesgo frente a otros cereales y oleaginosas, permitió en la última década un aumento considerable en la superficie sembrada. Sin embargo, el panorama para los próximos años se presenta desalentador. Lentamente grandes áreas, donde la ganadería había sido desplazada por la soja, retornarían a la producción pecuaria fuertemente vinculada al mercado interno. Los bajos precios disminuirán la rentabilidad en general, poniendo en alerta al sector en su conjunto.
Hoy más que nunca la acción del Estado debería focalizarse en disminuir dramáticamente la presión fiscal y, de esa manera, evitar futuras quiebras y descapitalización del sector frente al escenario adverso que se avecina.