Estados Unidos, Brasil y la Argentina constituyen la elite de la producción mundial de soja y maíz. Unos y otros se disputan el liderazgo en distintas áreas de los agronegocios, pero no cabe duda de que los tres suben al podio. Por eso, resulta interesante escuchar qué piensan productores y empresarios de distintos rubros de los dos países del Cono Sur, que viajaron juntos al Corn Belt estadounidense para ver varios adelantos en la industria.
Clarín Rural los siguió en la gira, y tomó el pulso de sus ideas en la principal región agrícola del planeta. Juan Pedro Aristi dirige La Bragadense, una empresa integrada con base en Bragado, en la provincia de Buenos Aires, que produce semilla, acopia y siembra, entre otras actividades. Conoce bien lo que sucede en esa zona del centro bonaerense, además de los vaivenes que implica ser empresario en la Argentina. Luego de varios días de entrevistas con sus colegas de EE.UU. y expertos de universidades, resume su pensamiento: “Una de las grandes diferencias con nuestro país es que para nosotros el crédito es muy caro, pero sin dudas otra gran distancia la tenemos en la infraestructura para la educación”.
Junto a él, escucha Arlei Kruger, dueño de Sementes Ross, uno de los productores de semilla más grande del sur de Brasil, con base en Não-Me-Toque, una pujante ciudad del estado de Rio Grande Do Sul, donde la agricultura tracciona un fuerte crecimiento económico. Tras recorrer los campos del Corn Belt, vio una de cal y una de arena. Dijo que en Brasil cuidan más el medio ambiente que en EE.UU. “Allá recogemos los envases de agroquímicos, mientras que acá todavía los queman”, se sorprendió. De todas maneras, se quejó por un eterno problema de Brasil, determinado por las grandes distancias de su territorio, que le hace perder competitividad frente a sus rivales. “Un productor del Mato Grosso paga 110 dólares de flete por tonelada de soja”, se espantó.
Uno que conoce bien esa realidad es Santiago Schiacapasse, líder del grupo que visitó Estados Unidos y de Brasmax, la compañía con la que el semillero argentino Don Mario desembarcó en Brasil hace poco menos de una década, aunque ahora pelea también en ese país con la marca conocida en la Argentina. Para él, los países del Mercosur todavía pueden seguir creciendo fuerte en superficie de soja, mientras que consideró que EE.UU. está estancado en 30 millones de hectáreas. “Para Brasil, estimo que crecerá en el mediano plazo de las actuales 25 millones de hectáreas a 30 millones, mientras que la Argentina podría sumar 1 millón de hectáreas más sin dificultades, para superar las 20 millones de hectáreas”, calculó.
Mientras recorre una ruta de Illinois, camino a Chicago, Alexandre Van Hasse, multiplicador de semilla de Rio Grande Do Sul, analiza la prolongada sequía que en 2012 pegó fuerte a esta zona y coincide con Schiacapasse en el gran potencial del agro sudamericano. Pero se pone a la defensiva y dice que hay un fuerte lobby de intereses internacionales que no quieren que Argentina y Brasil sigan creciendo, por la gran potencia con que cuentan.
Más callado, el tucumano José Calliera, de Buruyacu, cerca de la capital de la provincia, prefirió mirar más hacia adentro de las empresas. El hombre es dueño de Azul Semillas, una compañía que produce y vende variedades de Nidera, Don Mario y la Estación Experimental Obispo Colombres, en todo el NOA y en Bolivia. Después de mucho conversar con los brasileros y escuchar a los estadounidenses, indicó que, “en general, creo que los argentinos tenemos que tener más claro cuál es el foco de nuestro negocio y sostener las apuestas en el largo plazo. Me parece que eso es algo que nos falta y nos diferencia de las empresas de Estados Unidos”, indicó. De todas formas -se justificó-, “es cierto que muchas veces las cosas resultan difíciles en la Argentina, donde todo el tiempo cambian las reglas de juego”.
William Herrero, un importante distribuidor de insumos de Londrina, en el estado de Paraná, apuntó por su parte a una diferencia que se da no tanto entre Sudamérica y EE.UU., sino entre Argentina, por un lado, y Brasil y EE.UU., por otro. “Aquí, en el Corn Belt, no hay casi contratistas, como sucede en Brasil, que no los tiene en el sur del país y cuenta con muy pocos de ellos en el norte”, apuntó.
Hablando de contratistas, apareció la comparación Brasil-Argentina, que, como en el futbol, no podía estar afuera de la conversación. Fue Kruger, de Ross, quien apuntó un dato interesante: dijo que en su país una cosechadora trabaja 500 horas por año como máximo, mientras que en la Argentina hace al menos el doble. Hablando de máquinas, destacó otra ventaja: que en Brasil tienen crédito en reales al 5% anual y un mercado interno de 200 millones de personas, que genera una fuerte demanda. Pero puntualizó un flanco débil: “Es impresionante la infraestructura de transporte que hay aquí en EE.UU., mientras que allá, en Brasil, es muy precaria” En el negocio de la tecnología, Kruger fue claro en las diferencias entre norte y sur. Destacó que en EE.UU. no existe la “bolsa blanca”, mientras que en Brasil llega al 40%. Argentina, se sabe, tampoco está bien en la materia: la semilla que paga por la propiedad intelectual ronda el 40% de la que se utiliza.
Con sus más de 2 metros de alto, Heinz Kudiess sobresale entre sus compatriotas. Pero no es solo grande de tamaño, sino que también lo es su negocio. En el Mapito, la zona que conforman los estados de Maranhão, Piauí y Tocantins, vende 1,2 millones de bolsas de semillas al año, casi lo mismo que se comercializa de soja legal en la Argentina.
El hombre cree que en Brasil hay un negocio que todavía está en gran medida por desarrollar, sobre todo en las regiones del norte del país en las que él está trabajando, desde su base en Bahía. “Lo nuestro es muy distinto a un mercado consolidado como el que hay en Estados Unidos”, dice. Como muchos otros, llegó del sur casi abriendo fronteras dentro de su propio país.
“Creo que los argentinos y brasileños tenemos mucho que aprender de Estados Unidos en maíz, pero el nivel que hemos adquirido en soja hace que ellos tengan mucho que aprender de nosotros. Vemos rendimientos consistentes de productores top en torno a 5.000 kilos en muchas partes del país”, puntualizó.
Luis Gomes, multiplicador de semilla del norteño estado de Goiás, coincidió con su compatriota, y atribuyó gran parte de ese crecimiento a la genética argentina, entre la cual citó la de dos empresas argentinas (Don Mario y Nidera), con la cual -manifestó- pasaron de unos 3.300 kilos promedio por hectárea a unos 3.900 kilos promedio.
Por su parte, Diego Moore, un prolijo productor de Monte Maíz, en Córdoba, hizo pensar en la situación de Estados Unidos cuando contó el crecimiento de su empresa. “Aquí es muy difícil crecer horizontalmente, con más superficie. En general, los campos son chicos o medianos y la tierra casi no se vende, salvo escasas excepciones. Por eso, los productores prefieren crecer en eficiencia, productividad y, el que puede, subir en la cadena de valor”, analizó.
Eso fue lo que hizo su empresa en Córdoba, luego de ver que los números eran muy jugados con los alquileres que había que pagar en la zona núcleo argentina: prefirió invertir en la infraestructura necesaria para producir semilla.
Caminando el Corn Belt con argentinos y brasileños, las historias y los análisis se cruzan, y permiten pensar nuestros sistemas de producción y el marco en el que se desarrolla la agriculura. La fuerza del negocio y su potencial para seguir creciendo, están claros, como también lo está el hecho de que hay muchas cosas del marco institucional y de infraestructura que deberían mejorar.