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La habilitación tiene sus bemoles, dado que hay normas legales y ambientales que deben respetarse. Entrar al corte obliga a cumplir con 26 parámetros de calidad, y hay todo un duro –y a veces azaroso– camino para llegar a obtener la calidad de combustible que requieren las petroleras.
Ronny dice que hoy todo es más fácil que cuando empezaron. “Una de las ventajas –asegura– es que ya se cuenta con normativa para calidad en biodiésel. Y con universidades que entienden del tema.
Eso sí, sigue escaseando el buen asesoramiento. Hay muchísimos vendedores de humo, y nos hicieron pagar un precio alto. También existen defensores de distintos sistemas; en cada etapa hay dos o tres caminos que se pueden tomar y cada uno viene con su librito y quiere cobrar por adelantado. Sobra gente audaz y poco preparada; reina una falta de seriedad que no es habitual en el medio agropecuario”.
Se sabe, el productor es sano, confía en la palabra. En cambio, el industrial es un ambiente en el que hay que ser pícaro y muy rápido –en el sentido menos valioso del término–. “Hasta alcanzar la habilitación de la planta hay cosas que nos las hicieron cambiar tres veces. Cada nuevo inspector que llegaba revocaba lo que había dicho el anterior; nos costó mucho encontrar alguien que fuera coherente y nos dijera seriamente qué hacer para llegar al objetivo final. Una y otra vez nos corrían el arco”, se queja Kuhlmann.
No menos trascendente es la cuestión ambiental. En esto también hay mucho que hacer hasta tener la planta en condiciones: implica contar con cámaras, tanques para probables derrames, y otros. Hay mucho dinero invertido en intangibles, como el estudio de impacto ambiental o el seguro ambiental obligatorio.
En cuanto al sistema, eligieron el que consideraron más correcto, lo cual varía de acuerdo con el sitio en que uno se encuentre y la normativa local. Por ejemplo, en Tres Arroyos no hay lugar para transformar los desechos, por lo cual se debe pensar en evitar generarlos. Del mismo modo, si se hace un lavado es necesario contar con un lugar hacia donde llevar el agua. Por eso optaron por la purificación por resinas o extracción del metanol por presión. “Cambiamos de asesores tres o cuatro veces, y fuimos aprendiendo nosotros mismos para depender cada vez menos de terceros. Pero todavía necesitamos ayuda en las cuestiones ligadas a lo químico y en aquellas vinculadas con el armado”, dice Guillermo.
De hecho, todos los días se analiza el biodiésel que se obtiene, la mayoría de los ítems se evalúan en el laboratorio propio, aunque hay una serie de parámetros finales cuya ponderación se terceriza; demanda instrumental muy costoso, que sólo las plantas grandes tienen. El especialista en química está involucrado continuamente en el proceso, controlando la reacción, los tiempos y la calidad de lo que se produce. Y si es necesario se corrige sobre la marcha.
También se analiza el aceite de soja que se recibe, que debe ser lo más homogéneo posible. De hecho hay un estándar de comercialización y se compra aceite bajo norma –acidez y humedad son los dos puntos más relevantes–.
La tienen clara
“Somos trigueros, y hemos pasado a generar un producto que nos retribuye en parte la rentabilidad que estamos perdiendo con el cereal –avisa Kuhlmann–. Arrancamos pensando en hacer biodiésel, casi en abstracto. Después nos dimos cuenta de que el punto de equilibrio de la planta era mucho más alto que lo que permitía nuestro consumo. Eso implicaba salir a buscar mercados para el producto, y ahí caímos en la cuenta de que no nos está permitido facturar biodiésel.
Seguimos buscando alternativas y modificando la planta. Hoy estamos en el corte y continuamos generando cambios. Si bien la petrolera con la cual vas a trabajar es un tema negociable, el tinglado para que su camión venga a cargar nuestro biodiésel no lo es, por ejemplo.No lo habíamos considerado y ahora lo estamos haciendo”.
Claramente éste no es un tema para chapuceros. Lleva tiempo aprender cómo jugar este juego, y la escala influye como en cualquier otra actividad. “Un volumen como el nuestro, de 500 toneladas, es lograble y rentable, aunque debe aparecer el financiamiento necesario”, dice Ronny, que con sus socios también ha analizado la posibilidad de producir energía.
“El del biocombustible es un negocio que va a crecer –confía Guillermo–, no reemplazará totalmente al carburante de origen fósil pero va a encontrar su lugar. Evolucionará y hallará su techo, y empezarán a tallar otros cultivos. Si el corte se eleva al 10% –hoy es al 7%– estamos hablando de un volumen muy importante, aunque no creo que vaya más allá de ese límite. Repito, la formula del cálculo del precio es lo que le da seguridad al negocio, y es fundamental respetarla”.
De buena fuente
Pailhé y Kuhlmann explicaron a CHACRA las pautas de un negocio en el cual se están consolidando.
La planta está preparada para duplicar e incluso triplicar su capacidad de producción. Guillermo Pailhé es, además, ATR de la Regional Tres Arroyos de Aapresid. Palabra autorizada para saber qué está pasando con el negocio agrícola en la zona. En principio, el manejo por ambientes está cada vez más difundido en la Regional. La mayoría de las siembras y la fertilización son variables, según mapa de tosca y prescripción.
“Nuestro caballito de batalla siempre fue el trigo, pero por las razones conocidas hemos buscado alternativas a este cultivo –advierte el técnico–. Así, sembramos colza con muy buenos resultados y crecimiento de la superficie año tras año, y en las últimas campañas incorporamos lenteja, arveja y, en alguna medida, garbanzo. Ya no nos amargamos tanto con el trigo, hay otras cosas para hacer. Incluso maíces de ciclo corto que se comportan muy bien, sorgos adecuados, muchas variedades de soja y girasol. Hasta mostaza y coriandro, o cártamo y vicia, son perfectamente viables”.
La alternativa que más se ha desarrollado en esta Regional es la arveja; hace seis campañas que la siembran. Recién en los últimos años se han ido solucionando inconvenientes y hoy por hoy tiene resultados más estables. De hecho, se ha integrado plenamente a la rotación, acompañada de sorgos y maíces de segunda, ciclos cortos que se adecuan muy bien a la zona. “Esta legumbre deja un residuo de fácil descomposición, que aporta nutrientes en el corto plazo, por lo que los dos cultivos que la siguen tienen gran potencial –asegura Pailhé–.
¿Claves? Le estamos prestando más atención al cuidado de la semilla, un factor de peso por cierto. Después de varias experiencias con bajos stands de plantas, el curado es decisivo para lograr un adecuado número de individuos por hectárea. La recolección es igualmente importante. La arveja tiene una estructura poco rígida, por eso interesa contar con muchas plantas por hectárea; en la senescencia se apoyan unas con otras y hay menores pérdidas en cosecha”.
Pailhé dice que en colza el secreto pasa por la implantación, dado que en la zona hay muchos problemas con las bajas temperaturas. Se trabajó especialmente sobre las sembradoras para barrer bien el surco y sembrar a distanciamientos mayores a los habituales, con lo cual se reduce la densidad y se obtiene un stand más adecuado. Y luego, si la planta está bien acompañada, se sostiene y se cosecha mejor. “También juega el uso de insecticidas, que antes no empleábamos. Por otro lado, recurríamos siempre a variedades invernales, hasta que hace dos campañas sembramos primaverales en convenio con Nufarm. Requieren menos agua y tienen mayor índice de cosecha, con lo cual los rindes no difieren respecto de las invernales, e incluso pueden ser mejores”, concluye.