Sería inconcebible reunir, con apenas 48 horas de diferencia, sendas manifestaciones de casi un millón de personas cada una, como sucedió a fines de octubre de 1983, sobre la avenida 9 de Julio, en los respectivos cierres de campaña del justicialismo y el radicalismo.
Hoy todo es mucho más minimalista -caminatas, timbreos; a lo sumo, un teatro, un miniestadio, clubes vecinales o Tecnópolis- y decididamente más virtual. Los candidatos prefieren vivir en las burbujas incontaminadas de sus piezas publicitarias y "viralizarse" por medio de Facebook, Twitter y hasta de Instagram, con mensajes cruzados de sus militantes y los videítos y fotos que arman sus propios consultores de campaña. Sienten que controlan más ese flujo y que exponen menos plata y riesgos. Son mensajes escuetos donde suele prevalecer más la imagen que el texto.
De todos modos, la televisión no ha perdido su centralidad como el vehículo más idóneo para darles mayor masividad a los candidatos.
Sin embargo, algunas cosas han cambiado. Quienes menos extrañan los programas políticos tradicionales, que se empezaron a extinguir en la década del 90 y a emigrar de la TV abierta al cable, son los propios dirigentes, mucho más entusiasmados con los nuevos formatos televisivos, en cuya intrascendencia pueden navegar más a gusto y sin incómodas sorpresas.
Prefieren el momento intimista, acompañados de la pareja o algún hijo, en Los Leuco, que someterse a un debate puntual de los temas que importan con sus competidores. De hecho, para estas PASO presidenciales se ha involucionado con respecto a los procesos electorales que hubo hace pocas semanas para elegir jefe de gobierno porteño: entonces confrontaron Larreta, Lousteau y Recalde. Ahora ni siquiera José Manuel de la Sota logró convencer a su socio en la interna de UNA, Sergio Massa, para repetir el debate que hicieron hace algún tiempo en TN. Para los votantes de Cambiemos habría sido de gran interés vislumbrar los matices entre sus socios Mauricio Macri, Elisa Carrió y Ernesto Sanz. Esa posibilidad ni fue contemplada.
Todos desean ser invitados a las cenas y almuerzos de Mirtha Legrand, aunque saben que las preguntas con sierra eléctrica que suele hacer la diva pueden hacerlos pasar un mal momento. Pero el eclecticismo del resto de la mesa -vedettes, actores y personajes mediáticos- contribuye a ablandar sus figuras y a disipar los peligros más temidos.
Los magazines matutinos y vespertinos de misceláneas son otro lugar de paso donde se buscan más el color y la anécdota que la definición concreta. Los matrimonios Scioli-Rabolini, Macri-Awada y Massa-Galmarini tuvieron sus largos bloques de estelaridad en Intrusos, la oscura capital del chimento televisivo, que busca subrayar más los perfiles de celebrities que los costados políticos.
Del Moro recibió a Massa en Intratables. Foto: Imágenes de tv
En ese sentido, las dos parejas mencionadas en primer término juegan con ventaja porque se hicieron conocidos y habitúes de las tapas y las vidrieras de las revistas antes de ingresar en la política como figuras del modesto jet set local. Eso les facilita acortar las distancias con la gente y ser objeto de choluleo, una suerte de anestesia que distrae de lo importante. Es algo que se construye, paso a paso, a lo largo de los años y que no se puede improvisar de la noche a la mañana. Por más que Julián Domínguez haya dado unos pasos de baile folklórico en ShowMatch, no es suficiente para volverlo popular. Antes del temporal que se desató sobre Aníbal Fernández por la denuncia de Periodismo para todos, el jefe de Gabinete prefirió actuar de sí mismo en un cameo para la ficción Milagros en campaña.
Intratables frenó su gallinero habitual de cada día para brindarles un marco más formal a los tres principales candidatos estas últimas noches. A partir de las 8 de hoy, la veda electoral apaciguará la pantalla sólo por unas horas.
La Nación