La Unión Europea, que en un primer momento alentó la producción de biocombustibles, quiere ahora limitarlos debido a que su desarrollo contribuye a la desaparición de cultivos para alimentación y a la deforestación.
El bloque europeo quiere ahora favorecer los biocombustibles de segunda generación, aquellos producidos a partir de algas o de desechos por ejemplo, que no compiten con los cultivos alimenticios.
Luego de varios meses de duras negociaciones entre los grupos políticos, el texto votado ayer en Estrasburgo (este de Francia) pide fijar en un 6% la parte máxima de biocombustibles de primera generación (producidos con cereales o plantas oleaginosas) en el consumo final de energía en los transportes.
Fija en paralelo un objetivo de llevar al 2,5% la parte del consumo de biocombustibles con menor impacto ambiental. Además, introduce una noción controvertida: el cambio de afectación de suelos (factor ILUC). Se trata de integrar a partir de 2020 en el cálculo de las emisiones de gases con efecto invernadero de los diferentes biocombustibles las consecuencias de utilización creciente de tierras agrícolas.