Ha sido largamente tratado el tema del déficit cuasi fiscal de la Argentina, o mejor dicho del gobierno argentino, ya que la autoría del desaguisado le pertenece en exclusividad dada la notable falta de independencia del Banco Central. En algo menos de cuatro años de la actual Administración, los pasivos remunerados fueron de alrededor de 1 billón de pesos a algo más de 15 billones, en una corrida alocada para financiar déficit. Y han crecido explosivamente desde el inicio de la gestión Massa.
El gráfico de Roberto Cachanosky no deja lugar a dudas ni a explicaciones rebuscadas y engañosas. Se ha multiplicado por 15 la deuda y los intereses pagados por esa deuda superan el propio déficit fiscal, con lo cual este deja de ser el principal problema que recibirá el arrojado y valiente postulante que acceda a la presidencia en diciembre en caso de que pertenezca a la oposición.
La bola de Leliqs y la emisión interminable son hijos de un mismo padre. Un Estado que lleva el clientelismo más allá de todo límite, sobredimensionado, dedicado a trabar la actividad privada para sostener un statu quo que le permita vender una realidad de fantasía a su núcleo duro y prolongar su propia existencia en el tiempo.
Todo esto en un país con inflación desbordada, caída interminable de reservas, déficits gemelos y un PBI per cápita que no crece hace 15 años, reflejo de una sucesión de políticas equivocadas que atraviesa varias presidencias. En ese contexto, el BCRA debe mantener la tasa lo más elevada posible para sostener que los depósitos no se vayan al dólar, pero a su vez con eso encarece su propia deuda.
La noticia ahora confirma lo que muchos economistas venían advirtiendo. El Estado es una aspiradora del poco crédito disponible; los bancos le prestan casi el 80% de los depósitos en pesos que tiene el sistema. Así, un Estado insolvente y poco confiable decidirá sobre la suerte de una montaña de dinero privado, seguramente sin que sus dueños lo sepan.
Si bien es cierto que nadie se animaría a invertir en un país con cepo, ausencia de reglas de juego claras y cero estabilidad, no menos real es que el dinero que debería financiar estas inversiones hace rato se está utilizando para financiar gasto corriente, y muchas veces superfluo.
Hay además una trampa difícil de eludir para la gente. La inflación galopante obliga a proteger los magros ingresos. El ciudadano de a pie no quiere pesos bajo ningún concepto, pero no tiene otra alternativa adecuada a sus conocimientos para defender sus ahorros que ir a un plazo fijo; el acceso a moneda que realmente cumpla las funciones de resguardo de valor está virtualmente vedado.
Es un círculo vicioso. Si no hay inversiones porque no están dadas las condiciones, si el público apela a los plazos fijos para protegerse mínimamente, los bancos terminan volcando ese dinero en el mismo Estado que ha generado este escenario, que a su vez paga una fortuna por esos pesos. Engordan entre todos la bola de Leliqs, que sabe Dios en qué volumen recibirá el nuevo gobierno.
No es el único círculo vicioso. Un Estado que no consigue financiamiento genuino y un mercado que no quiere bonos del Tesoro termina cayendo en el único que puede tomarlos y que tiene la capacidad para emitir dinero. Adivinó, el Banco Central.
Analistas de fuste advierten que la deuda de la entidad de la calle Reconquista equivale a más de dos bases monetarias. Si tuviera que honrarla en su totalidad, la emisión sería de tal magnitud que nos pondría muy cerca de la hiper y de un valor exorbitante del dólar. Cualquier rumor o sospecha puede desatar la debacle.
Difícilmente veamos algún cambio de fondo en el manejo de la economía de corto plazo. El ministro candidato tratará de que la situación no se termine de desbordar a fuerza de cepos y restricciones, mientras apunta a tomar medidas que fomenten el consumo, aunque más no sea de modo ficticio. Una especie de plan platita maquillado para evitar las críticas.
La Argentina del primer semestre muestra una fuerte expansión de la Base Monetaria amplia, debido a los giros destinados a socorrer al gobierno y la compra de bonos soberanos, entre otras cosas. Alberto Fernández emitió el equivalente al 14% del PBI durante su gestión, más que ningún otro presidente. Desde luego, es más inflación y la sensación de que el déficit es mayor de lo imaginado.
La resolución de este desaguisado no será sencilla para el próximo gobierno. Tendrá que presentar un plan económico sensato, creíble y con fuerte apoyo político, quizás tan importante como convencer a la población del esfuerzo que habrá que hacer. Con encargados de llevarlo a cabo dotados de una importante vocación docente, y que eviten volver a cometer el error de no explicar en detalle por qué habrá que transitar un camino de espinas.
La tarea es enorme. Habrá que poner patas para abajo todo lo que está dado vuelta, en especial los precios relativos y las tarifas, dar pasos concretos hacia una unificación del mercado cambiario. Tener un plan prolijo y no negociable para reducir las dimensiones del Estado y su gasto. Reubicarnos en el mundo libre y potenciar las exportaciones. Todo, con elecciones dentro de los dos años de asumido. Casi heroico.