A lo largo de la disertación, compartió con los asistentes su experiencia con las tecnologías de información basadas en el posicionamiento satelital, que permite contar con datos geo-referenciados de los lotes para un mejor conocimiento de la variabilidad de rendimiento de los cultivos en distintas áreas sembradas. Para ello hizo un breve repaso de cómo ese avance en el campo de la agricultura fue adoptada en Kentucky y apeló a algunos ejemplos de trabajos vinculados a la nutrición y la fertilización de cultivos.
Grove comenzó su exposición afirmando que tanto Estados Unidos como la Argentina asisten a un cambio notable en las prácticas de la agricultura: “Estamos en medio de una revolución digital. Nos estamos enfrentando al campo de la química reemplazando el “imput” con información, lo que significa una mejor utilización de la química”, dijo. El especialista en suelo consideró entonces que adoptar tecnologías en la agricultura requiere tiempo y capital, y que el beneficio aparece cuando aprendemos dónde aplicarla y dónde no. También se refirió al modo en que los productores se van relacionando con estas tecnologías y diferenció a los que se adaptan tempranamente de los rezagados. Grove hizo una descripción de la situación en su país, donde la edad promedio de la mayoría de los productores supera los 50 años y abundan los campos con más de mil hectáreas. Dijo que allí la auto conducción con piloto automático en las maquinarias logró penetrar y dar buenos resultados. “El propietario busca algo para reducir gastos y mejorar la eficiencia de las maquinarias, y las tecnologías de precisión han sido adaptadas a la labranza y el rociado de fertilizantes en la cosecha”, sostuvo. Por medio de un gráfico, Grove mostró ejemplos de imágenes digitalizadas en la que se destacaba la optimización de las “pasadas” de un tractor sobre un lote utilizando ese sistema y dio un consejo a los productores argentinos que colmaron la sala Bayer. “Si usan el piloto automático es necesario saber programar y mapear antes de comenzar, eso es fundamental. El piloto automático es propiedad del productor, y si bien el vendedor se lo prepara, se siente libre para experimentar y buscar nuevas aplicaciones y maneras para que sea exitosa la tecnología”, afirmó. Por otra parte valoró el potencial que tiene la aplicación superpuesta en los campos y comentó que en el medio oeste estadounidense, donde hay áreas más rectangulares de lotes, “se ahorraron el 5 por ciento de los gastos y se evitaron daños al cultivo” con ese método. También dijo que el muestreo por grilla es una tecnología que admite dosis variables de nutrientes y puso de relieve que aunque resultó muy popular al principio en Kentucky porque no era costosa, los problemas aparecieron con grandes costos en el muestreo y el análisis y entonces no redundaron en el ahorro esperado. Explicó entonces que el problema estuvo en que la mayoría de esos muestreos los hacen los vendedores siguiendo “una filosofía de mantenimiento de fertilizantes que garantiza una relación a largo plazo con el productor y que quizás sea la raíz de muchos problemas”. Más adelante s explayó sobre las variables que se deben considerar al momento de encarar una muestra del suelo mediante el uso de tecnologías específicas para la nutrición de los cultivos. “El análisis de costo de los nutrientes distribuidos es la cuestión: si reducimos la cantidad de muestra en forma lógica, aumentando la superficie, obtenemos un mapa más amigable al aplicador y podemos lidiar mejor con la situación. De nada sirve si obtenemos una imagen bonita pero que no refleja las variaciones del lote”, opinó. En ese sentido planteó que es necesario preguntarse de antemano si es necesario utilizar ese procedimiento en todos los lotes. Grove consideró importante acceder a un conocimiento de la variabilidad del suelo para saber cómo distribuir en forma eficiente los fertilizantes. Para ello contó una experiencia realizada en su país de origen. “Estudiamos 46 lotes en una región con rotación de soja, de entre 14 y 56 hectáreas de superficie en Kentucky, donde se requiere mucho potasio en suelo, una fertilización ácida, para lograr buenos rindes de maíz y de soja. Era obvio que cuanta más variabilidad tuviéramos en un lote más fertilizante íbamos a redistribuir, por eso buscamos otro tipo de información y comprobamos que, en algunos lotes solo el 20 por ciento recibió potasio, lo que era una redistribución muy baja que no compensaba el pago del material. Pero en otros lotes superó el 50 por ciento y allí los beneficios fueron mayores”, explicó. Al momento de hablar de los mapas de rendimiento Grove los calificó como herramientas que fueron muy populares en Estados Unidos, sobre todo para localizar problemas reales vinculados al drenaje, la erosión o el bajo PH, y se usaron mucho para calcular distintos rindes entre las áreas mal drenadas y bien drenadas, por ejemplo, y evaluarlas en términos costo beneficio. Sin embargo, volvió a mencionar las distintas formas que tienen los productores de relacionarse con estas herramientas y las consecuencias que eso trae aparejado. “Los mapas de rendimientos tienen mucha información, pero implica más costo informático y sobre todo más conocimiento de software y hardware. Los productores de mayor edad no estaban dispuestos a hacer esa inversión intelectual. Los mapas entonces se enviaron a vendedores o fabricantes de insumos, a grandes corporaciones como Monsanto. Eso significa enviar datos a una nube. Uno termina pagando y no es propietario de esa información”, reflexionó.