Pese a que las máquinas salgan el doble que en cualquier otro lugar, el gasoil también y la infraestructura sea pésima, el productor “de punta” argentino no se encuentra en otro lugar del globo. Y pasa, entre otras cosas, por el lugar donde se ubica dentro de la explotación agropecuaria. Es el que sabe, dirige y arriesga. Maneja un grado de información más elevado que en cualquier lugar. Y como todas las tareas se contratan, el tipo está con tiempo para escuchar novedades.
En los Estados Unidos, por empezar, la agricultura esta subsidiada y los sembrados bien cubiertos por seguros. Allí el farmer conoce a fondo el cultivo que hace y así le funciona, le tira fertilizante de sobra y aplica las recetas que le brindan las empresas de insumos. Incorpora tecnología porque es barata y la vieja queda obsoleta rápidamente, lo mismo que ocurre con los autos. Ni se te ocurra moverlo del eje porque no va a cambiar, está acostumbrado a lo que conoce y le funciona.
En Europa, el productor se maneja con las cooperativas de los pueblos, quienes inducen las siembras. El dueño del campo es el trabajador de la tierra a su vez, y va y viene de estas agronomías, que lo proveen de todos los insumos, cuentan con técnicos visitan los campos y recomiendan variedades. El dueño escucha, confía, carga las semillas y arranca el tractor. Cuando termina, se va a su casa a ver el partido, comer y tomar cerveza, sin muchas preocupaciones. Al igual que en EE.UU., no manejan empleados, es su propia familia, y hasta la esposa e hija se ocupan de las tareas cotidianas.
Tecnología cero: tanto en Sudáfrica, como en España e Italia, no se ha podido incorporar la siembra directa –más al norte el argumento es el largo frío-. Es muy difícil cambiar muchas generaciones trabajando de la misma forma. Son gente que no escucha ventajas para su sistema, no son competitivos en el mundo, pero no les importa porque están subsidiados. Producen su producto particular y obtienen recompensa por ello. Resulta criminal es manejo que hacen de sus suelos, roturando terrenos arcillosos y con pendiente. Una erosión y degradación en la que no existe ya materia orgánica, cultivan sobre una maceta inerte. Como bien dijo un vasco: "No me van a convencer con razones".
En cambio en nuestro país se mira todo con otra lupa, nuestro productor es avezado por incorporar tecnología. La incorpora fácilmente porque la entiende y conoce muchas realidades. Vivió épocas de bonanzas y crisis para el espanto, es un sobreviviente. No tiene problema en cambiar de producción si la suya deja de ser rentable. Se capacita, va a cuanto congreso puede, se reúne en grupos CREA, escucha especialistas y experiencias. Sobre todo porque tiene tiempo y no puede ponerse en una posición cómoda, porque pierde. Le saca el jugo a cada máquina, reutiliza y amortiza. Es el más crítico cuando algo no le funciona y no le encajan así nomás gato por liebre.
Es por todo esto que da para ilusionarse como país productor y eficiente de alimentos con agregado de valor. Ya se están poniendo reglas claras, metas y horizontes. Se ve un cambio de políticas tan necesario en un sector que estaba muy desprotegido. Una vez que se mejore la infraestructura; vital para transportarse, mover la mercadería, poder comunicarse y estar conectados con los sistemas que hoy requiere el campo moderno, vamos a ser una verdadera fábrica verde y supermercadistas del mundo.