Son tiempos difíciles para el periodismo. El modelo de negocios de los diarios, y también el de las radios y el de la TV se ve amenazado por el desafío de las nuevas tecnologías. Las empresas ponen a prueba todos sus recursos humanos en busca de la rentabilidad. Y un youtuber imberbe tiene más suceso personal que un investigador periodístico que arriesga su vida desenmascarando la corrupción y tal vez se merezca el premio Pulitzer. Pero la realidad y sus cambios marcan el ritmo de la profesión que algunos todavía llaman el cuarto poder. Y los periodistas vamos detrás de las noticias para contarle al resto de los mortales hacia dónde van nuestros gobernantes, nuestros países y nuestro planeta.
En estos días, la Argentina le transmite al periodismo la intensidad de su historia. La épica decadente de la confrontación contagió a la prensa hasta empujarla hacia la grieta que ya consumía al país. Y la mayoría de las veces cuesta discernir entre la información concreta y los deseos ocultos detrás de las opiniones. En ese escenario confuso y salvaje los periodistas intentamos desentrañar las causas y los obstáculos que nos impiden avanzar hacia el altar todavía desconocido del desarrollo económico.
De todos modos, ni la fragilidad laboral ni internet han mellado el espíritu. El periodismo ha mantenido viva la llama y no ha permitido que la oscuridad cierre el laberinto de la muerte del fiscal Alberto Nisman. El periodismo sigue firme detrás de la ruta del dinero K y cada vez es mayor la evidencia de ese circuito obsceno que compró casas, autos y voluntades al amparo del poder. Y es el periodismo el que reveló las conexiones de los Panama Papers y el que insiste en desentrañar si el propio Presidente tiene responsabilidad en esa red del dinero off shore. Por esa razón, el Día del Periodista que celebramos hoy nos brinda, bajo cualquier circunstancia y en cualquier plataforma, el regalo austero del optimismo.