Verdadera aspiradora de commodities de todo tipo, el gigante asiático ve como se desacelera su economía y recorta importaciones. Todo el planeta lo padece, incluidos nosotros, aunque usted no lo crea.
No estábamos habituados a ver a China bajo presión económica. El Covid y la obstinación de sus dirigentes, los efectos del cambio climático, la elevada deuda del gobierno local y un sector inmobiliario en crisis, han cambiado la escenografía que rodea al gigante asiático, con un efecto dominó que se está extendiendo por todo el mundo. A decir de los especialistas en geopolítica, muy pocos países están preparados para aguantar las consecuencias.
Acostumbrados al insaciable apetito de Beijing, especialmente por los commodities en su más amplio espectro, muchos se negaron a prepararse para el momento opuesto, si bien en ciertos niveles el tema estaba instalado. Alguna vez, en tiempos mejores para todos, le pregunté al entonces presidente del Banco de Australia si los países que dependen en gran medida de la venta de commodities a China debían sentirse preocupados por ese vínculo excluyente. "Desde luego", fue la respuesta.
Australia le vende todo tipo de productos agropecuarios al gigante asiático. Tiempo después de aquella charla se atrevió a discutir ciertas cuestiones comerciales y Beijing la castigó interrumpiendo la compra de cebada. La nación de Oceanía tuvo que padecer para ubicar en el mundo los volúmenes del cereal que había producido pensando en el cliente chino. En alguna medida la soja y el maíz de Estados Unidos todavía están pagando las consecuencias de la ofensiva de Trump. Pueden no agradar sus modos y medidas, pero China es el cliente a cuidar. Y prender velas para que nada detenga su crecimiento, algo que hoy no está funcionando.
Ha sido un año difícil para el mandamás de Oriente, y los granos pagaron un precio por ello. En los primeros 9 meses del año han caído 13% las importaciones de trigo, 26% las de maíz, 49% las de cebada y 7% las de soja. Solo han crecido las compras de sorgo, 21% por sobre el mismo periodo del año previo. El índice bursátil de Shanghái pasó cuatro meses en baja casi ininterrumpida, poniendo nerviosos a los operadores que negocian productos agrícolas. El gigante es clave para los números del petróleo y este es a su vez la nave insignia de los commodities, incluidos los granos.
La última Sial de París fue un reflejo de lo que le pasa al negocio de la carne cuando los asiáticos caen en cama. La escasa presencia de importadores chinos del emblemático producto refleja el mermado optimismo sobre una posible recuperación de este mercado. A ese panorama de demanda se contrapone una oferta voluminosa por parte de Brasil, que resigna precios. El espacio para el resto de los exportadores se comprime seriamente. Los que están cerca del tema entienden que hay para largo rato hasta ver luz al final de túnel. "Los pocos compradores chinos que se animan están pasando precios realmente bajos por la carne que pretenden comprar, quizás sea un piso", se ilusiona un trader uruguayo que estuvo en la muestra.
Muchas naciones deberán repensar sus planes económicos en un mundo que por ahora no puede contar con el crecimiento de China para impulsar su propia prosperidad. Hace unos días, más de 150 miembros asistieron a la presentación del informe sobre este país de la AmCham Shanghái. Si bien la mayoría de las empresas estadounidenses siguen siendo rentables en China, el impacto de las restricciones en curso relacionadas con el Covid afecta negativamente la confianza de sus directivos. El 19 % de los encuestados está reduciendo la inversión en China este año en comparación con 2021.
Paralelamente, los grandes bancos creen que el gigante crecerá en 2022 un 3%, como mucho, lejos de las tasas que alguna vez lo hicieron famoso y movieron el planeta. Agregue a esto una baja no menor en las importaciones y exportaciones.
Todas las miradas recaen sobre Xi Jinping, que ha enviado a cientos de millones de personas a confinamientos obligatorios, lo que provocó escasez de alimentos y medicamentos y una represión de la actividad económica. Se suman la seca y el calor durante el último verano que complicaron la generación de energía hidroeléctrica y una población que envejece rápidamente.
En los noventa, Deng Xiaoping abrió la economía del país y generó una revolución; Xi parece ir en sentido contrario. Ahora, el acceso extranjero es cada vez más limitado, las compañías tecnológicas de rápido crecimiento están bajo fuego y las empresas estatales aumentan año a año. Como hiciera el populismo argentina, Beijing impulsa más alternativas hechas en China en desmedro de los productos importados.
En este contexto, es probable que aquellos que se han vuelto dependientes del comercio de productos básicos con China sientan el mayor dolor. Con gran parte del mundo al borde de la recesión, no es sencillo ubicar otros mercados que absorban lo que Beijing no está comprando. No hay catástrofe en China, pero la desaceleración es real y tendrá efectos más duraderos que las recesiones del pasado.
La frutilla del postre es Taiwán. El PC modificó la constitución de China para legalizar y justificar la toma de control de la isla y para castigar a cualquier nación que esté del lado del deseo de Taiwán de permanecer independiente. Durante el último Congreso del Partido Comunista se emitieron dos declaraciones apoyando la "reunificación" con Taiwán. A decir de un conocido analista de mercados argentino, "no sé si China actuará la próxima semana, el próximo mes, el próximo año o dentro de dos años, pero tengo claro que invadirá Taiwán. Y cuando eso pase Chicago se desplomará inmediatamente". Este es el punto más delicado, sin dudas.