Todos tienen que ser más importantes que uno en el plantel millonario. Se llame como se llame. Cualquier discurso en contrario o mirada distraída acentuará un malestar interno que empieza a carcomer el grupo como esa persistente gota que tiempo después explica el tsunami.
Los desvíos de Teo Gutiérrez en su carrera tuvieron muchos cómplices, y Gallardo no debería ser uno más. Las bases de un proyecto pueden correr peligro. "Yo te puedo acompañar hasta el cementerio, pero en la tumba no me meto". La frase de la liturgia peronista resume un espíritu comprensivo, que nada entiende de inmolación. Gallardo no tendría que caer en maniobras demagógicas ni modos complacientes. No hay nada que negociar ni con el colombiano ni con nadie. Simplemente mantener los límites que impone una sana convivencia. Los códigos que alientan el compañerismo. El que se corre, lo paga.
Los desplantes de Teo no son nuevos. Los comportamientos alejados del profesional que exige más dólares, tampoco. Racionalmente, las actitudes de Gutiérrez hartaron. Emocionalmente, conserva la coraza protectora de muchos hinchas que endiosan... pero también odian en un parpadeo. Aunque los sondeos y los foros, ahí donde tantos se escudan en el anonimato, también han entregado señales de cansancio. Los dirigentes están molestos, pero prefieren una posición políticamente conciliadora. Podrían adoptar una postura correctiva ya que gozan del crédito que les entrega una buena gestión. Los que gobiernan deben redactar y ejecutar las normas de conducta de su club. De ellos no convendría detectar una postura apenas aséptica.
Nadie puede abusarse de la confianza ni de la idolatría. ¿Con qué autoridad mirará Gallardo al resto si es compasivo con alguien calculador? Liderazgo y condescendencia no se llevan bien.