En esta época del año se duplican las advertencias para cuidarnos de su acción nociva, un tema crucial al que no siempre le prestamos la debida atención. Sin embargo, lejos de olvidarnos de la importancia de prevenir las enfermedades que puede provocar la exposición indebida a los rayos UVA y UVB (como cáncer de piel y envejecimiento prematuro), también es necesario recordar que la influencia del sol es fundamental para la salud.
Los beneficios son muchos, y se relacionan con el hecho de que el sol potencia la síntesis de vitamina D en nuestro cuerpo. Esto significa que, al entrar nuestra piel en contacto con su luz, la provitamina D que almacenamos en el organismo se transforma en esta importante vitamina que permite la absorción de calcio, esencial para huesos y dientes. Es por eso que la falta de vitamina D puede provocar enfermedades como osteoporosis, raquitismo infantil, calambres y otras alteraciones óseas y, como se comprobó recientemente, disminución de la capacidad cognitiva. De hecho, alimentos básicos en nuestra dieta como la leche y los cereales ya vienen fortificados artificialmente con esta vitamina, puesto que muy pocos productos de origen animal o vegetal la contienen; las fuentes más importantes son el pescado de mar, la yema de huevo y el hígado de vaca.
Ahora bien, ¿cómo y cuánto debemos exponernos al sol para estimular la producción de vitamina D? En principio, hay que entrar en contacto directo al menos tres veces por semana, de 10 a 15 minutos y sin cremas con factor de protección; por eso es fundamental hacerlo sólo en los horarios permitidos, esto es, antes de las 10 de la mañana o después de las 16. Es importante dejar expuestos el rostro, los brazos, las piernas y la espalda para permitir que los rayos encargados de desencadenar este proceso lleguen a la piel.
Pero la estrella más poderosa de nuestro universo nos depara todavía muchas otras cosas buenas. Por ejemplo, el sol también es un gran aliado del sistema inmunológico, ya que aumenta nuestras defensas frente a las infecciones, sobre todo las respiratorias. Y los que todavía duden de las ventajas de realizar alguna actividad física al aire libre, tal vez se decidan al enterarse de que la exposición al sol colabora en la disminución del colesterol y la presión sanguínea, aumenta la hemoglobina que transporta el oxígeno en la sangre y mejora la capacidad de trabajo cardiovascular y la respiración; por esto último, además, es una condición muy importante en el tratamiento del asma.
¡Pero hay más razones para salir de la cueva! Veamos: el sol puede mejorar algunos tipos de psoriasis, siempre bajo indicaciones muy precisas. De hecho, los dermatólogos utilizan un tratamiento de fototerapia (luz artificial) que permite tener un control más estricto de la radiación ultravioleta. La fototerapia también se aplica en casos de trastorno afectivo estacional, un tipo de depresión que suele darse en los meses de frío y muy especialmente en aquellos países con inviernos prolongados, donde además –como adivinarán– la escacez de luz solar también provoca niveles deficitarios de vitamina D.
Ahora sí, no hay motivos para esconderse como un vampiro, pero tampoco debemos olvidar los cuidados indispensables a la hora de entrar en contacto con el sol, a saber:
Evitar exponerse al sol entre las 10 y las 16 horas
Cuidarse también los días nublados, ya que la radiación atraviesa las nubes
Usar cremas protectoras solares que bloqueen radiación UVA y UVB y cuyo factor de protección solar (FPS) sea mayor a 30. Aplicarlas a partir de los 6 meses de vida
Los menores de un año deben estar a la sombra con ropa liviana y sombrero, evitando el sol directo
Conocer la propia piel y revisarla en forma periódica. Si se encuentran manchas nuevas o manchas que se hayan modificado, consultar al dermatólogo