Un diputado de la oposición vinculó la exportación de "materias primas" con el desinterés por la educación en el país. No parece una conclusión afortunada en un momento en que el horno no está para bollos.
Facundo Manes pasó por la Universidad de Belgrano y dejó algunos comentarios con los cuales es imposible no coincidir. Dijo que el mayor problema de la Argentina es la ausencia de un proyecto de país, lo que implica que carece de metas educativas, económicas y del tipo que usted pueda imaginar. También es cierto que nos falta ponernos de acuerdo con un esquema de desarrollo orientado a la creación de riqueza.
Sin dudas lo más importante es que necesitamos un cambio de mentalidad colectiva, dejar de generar pobreza, cambiar el chip, tratar de revertir los procesos negativos que han caracterizado a los últimos años. Totalmente de acuerdo asimismo con la idea de que el país podría duplicar sus exportaciones en diez años si apuesta al agro, la energía, la minería, la pesca y la industria del conocimiento.
Hasta ahí, irreprochable. El problema viene cuando manifiesta que "a la Argentina no le interesa la educación, porque sólo exporta materias primas". Seguramente su intención fue poner el acento en la necesidad de agregar valor, pero no deja de ser desafortunado ligar a la exportación de materias primas, como las llama, con algo tan negativo, censurable y fuertemente criticable como el desinterés por la educación.
Nuestro país ha estado desatendiendo la educación año tras año, porque se han perdido reglas de ordenamiento básicas, en la escuela y en la familia también. A la Argentina no le interesa la educación porque ningún político quiere pagar la factura de volver a poner límites; la demagogia genera más votos.
Este desaguisado nada tiene que ver con las "materias primas", que no son tales. La tecnología detrás de un grano de soja o maíz supera largamente la que podría encontrarse en un automóvil de alta gama, y deviene directamente de la ciencia más sofisticada. Es la que ha permitido multiplicar los panes y las carnes para alimentar a un planeta que no deja de crecer y que tiene serias limitaciones para aumentar la superficie empleada con este cometido.
En el mundo que viene primará el comercio de servicios, los flujos de conocimientos y datos, las telemigraciones. La globalización se ha mudado de los contenedores al ancho de banda; el valor se genera en el capital intelectual. Pero eso no quita que la producción de alimentos seguirá siendo estratégica. Se pueden ir generando estos cambios sin perder de vista el privilegio de contar con profesionales entrenados como los que tiene la Argentina en cada uno de sus productores.
Seguramente Manes dijo lo que dijo con la mejor voluntad, pero este tipo de comentarios se tornan riesgosos en un contexto país donde fundamentalistas de diversa laya están buscándole el pelo al huevo para ir contra el campo.