Sin embargo, las asimetrías entre los países más grandes se incrementaron en las últimas décadas de la mano de las diferentes trayectorias de crecimiento y del aumento en los vínculos económicos recíprocos.
En líneas generales, Brasil ganó lugar como base productiva manufacturera y buscó el autoabastecimiento en productos agrícolas, mientras los países más pequeños (Uruguay y Paraguay) vieron acentuar el peso del sector agropecuario en general y el de la soja en particular. Los avances en la Argentina y Brasil en la producción de la oleaginosa se basaron en semillas transgénicas, técnicas de siembra directa y uso de biocidas y fertilizantes por un lado, y por el otro, en nuevas formas de organización de la producción, con una mayor tendencia hacia la tercerización de actividades y, por supuesto, al alza sistemática de los precios internacionales desde 2004 en adelante.
Esto, a su vez, motorizó fuertes inversiones de capital destinado a la producción agrícola para expandir las exportaciones extrazona. En este sentido, las inversiones externas directas (IED) tuvieron una etapa de incremento sostenido hasta 1998 en la Argentina y Brasil. A partir de entonces, fue Brasil el que atrajo un porcentaje muy alto de los capitales llegados a la región. El desarrollo del sector agropecuario brasileño es actualmente muy destacado y se encuentra incentivado desde su Gobierno con fuertes ayudas que no bajaron de los 100 billones de reales de 2010 a la fecha.
En ese contexto, el principal socio del Mercosur no sólo consolidó sus producciones tropicales (fruta, café, naranja, etc.), sino que ya superó los 150 millones de toneladas anuales de granos; se ubicó entre los primeros exportadores de carne vacuna, va camino a obtener 30.000 millones de litros anuales de leche (triplica a la Argentina), y ya produce y exporta frutas templadas como manzanas.
Por su parte, la pérdida relativa de relevancia de la Argentina respecto de Brasil durante los años 80 se revirtió en la primera mitad de la década siguiente, debido básicamente a los resultados de la integración. Pero en la segunda parte de los 90 la economía argentina se rezagó un tanto y las diferencias se incrementaron.
Si bien a partir de 2002 la Argentina retomó el crecimiento de las exportaciones agroindustriales, buena parte del mismo se justificaría por la casi ininterrumpida suba de precios internacionales y se produjo un fuerte desfase. Si bien creció mucho la soja, a diferencia de Brasil, se retrasaron y achicaron otras producciones, como trigo, leche, carne vacuna, etc.
Se podría decir entonces que, en los últimos veinte años, se produjo una serie de avances técnicos que impulsaron una sustancial mejora de la productividad, especialmente, agrícola. En primer lugar, se registró la apertura económica de la región, luego el avance tecnológico geométrico, que posibilitó mayores rindes e incorporación de nuevas tierras a la producción. Por el lado de la oferta, se implementaron nuevas tecnologías vinculadas, fundamentalmente, al uso de agroquímicos y semillas transgénicas, y al desarrollo de la siembra directa.
Por el lado de la demanda, el crecimiento continuo de China e India tuvo como correlato un fuerte crecimiento de la demanda de alimentos. Se generó una tendencia a la mayor ingesta proteica con carnes, lácteos y aceites, lo que impulsó al alza los precios de las materias primas alimenticias a nivel internacional, situación que benefició especialmente a países proveedores de alimentos, como los del Mercosur.
En este contexto, la Argentina y Brasil se posicionaron como los países con mayores posibilidades de crecimiento al disponer de grandes extensiones de tierra cultivable.
La soja fue el cultivo «estrella» de los últimos años en la región, capitalizando todos estos avances estructurales. Ambos países se colocaron a la cabeza de un proceso global, signado por condiciones favorables para la producción de commodities. Sin embargo, fue el sector sojero argentino el que tomó la delantera a mediados de los 90, con la aprobación de la soja RR (el primer transgénico de la región), lo que permitió un desarrollo exponencial del cultivo. Se estima que la región alcanzará el 75% de las exportaciones mundiales incidiendo, más aún, en la fijación de los precios del mercado mundial.
La producción en la Argentina subió un 344% si se compara la actualidad con el promedio de los primeros cinco años de la década del 90, pasando de 11.000.000 de toneladas a alrededor de 50.000.000, con una expansión de la superficie sembrada del 276%.
La superficie aplicada al cultivo de soja pasó de aproximadamente 5.000.000 de hectáreas en 1990 a más de 18.000.000 en las últimas campañas. Esto representa algo más del 50% del área cultivable argentina.
Brasil, por su parte, en igual período, incrementó un 349% su producción, con una cosecha de 75.000.000 de toneladas en 2010/2011 y un avance del 127% en la superficie dedicada al cultivo. En este país, la soja pasó a representar el 48,8% de la superficie total sembrada de granos.
Perspectivas
Queda claro que el sector agroindustrial, tanto del Brasil como de la Argentina, va a seguir creciendo. De hecho, el principal socio del Mercosur ya alcanzó el primer lugar como exportador agroalimentario mundial y, si la diferencia no es mayor aún, se debe solamente al fuerte crecimiento que viene registrando de su propia demanda interna, lo que acota lógicamente sus márgenes exportables.
La Argentina, por su parte, deberá encarar correcciones para no seguir registrando pérdidas respecto de su verdadero potencial productivo. Estas, a su vez, le están haciendo perder posiciones relativas respecto de su socio Brasil.
Para el futuro, surgen algunas alertas. Un estudio encargado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Argentina de 2008 sostiene que será imposible mantener la competitividad internacional y el perfil exportador agropecuario sin un fuerte desarrollo de la biotecnología. Además, en su política comercial es indispensable que la Argentina diseñe estrategias de relaciones internacionales que posicionen al país dentro del contexto mundial.
Por su parte, respecto de las debilidades, algunos sectores industriales, como el de maquinaria agrícola, destacaban la falta de clima de negocios (previsibilidad, regulaciones, parámetros macroeconómicos, etc.) y que hay una débil articulación entre la esfera pública y la privada.
Además, agregaban la dificultad de financiamiento y dotación de recursos humanos, la escasa inversión, inseguro abastecimiento de energía, malas expectativas de las empresas, alta presión tributaria, escasez de crédito, dificultades en la infraestructura de caminos y transporte, un tipo de cambio menos competitivo y las restricciones con cupos a las exportaciones.
(*) Resumen del trabajo presentado en el III Congreso Latinoamericano de Historia Económica en Bariloche, octubre 2012.