Tres mil años atrás los chinos ya adoraban su semilla y la consideraban una de las cinco simientes sagradas. La soja llega a Estados Unidos en 1765, a la Argentina en 1862 y a Brasil veinte años después. Ninguno de los tres le prestó inicialmente mayor atención. Crease o no, nuestro país fue uno de los primeros en entender lo que significaba esta oleaginosa. Tomás Le Breton, ministro de Agricultura hasta 1925, intentó sin suerte introducirla en la consideración de los productores. Algunos años después, Constancio Vigil puso todo el potencial de Editorial Atlántida y su revista La Chacra para difundir el cultivo en la Argentina. Tenaz y adelantado a su tiempo, estaba convencido del futuro de esta oleaginosa. Todavía pueden leerse los memorables artículos de Antonio Casarrubia sobre el poroto, en los primeros años de la década del 30: "Plante soja, en su cultivo está el porvenir del agricultor", recomendaba por entonces.
Mucha agua ha corrido bajo el puente después de aquellos intentos que no lograron entusiasmar al productor con este novedoso cultivo, tan distinto del trigo o el maíz que venían haciendo año tras año. El tiempo redimió a la soja, que empezó a crecer tímidamente en los 70 y 80 para explotar definitivamente en los 90 a partir de los materiales transgénicos.
No demoró muchos años para que el Estado clientelista y desaprensivo con los dineros ajenos detectara que tenía una presa fácil al alcance de la mano. Ahí empieza el infortunio de este noble cultivo. Para su desgracia, se crea en la psiquis del vulgo la sensación de que en cualquier tiempo que sea la soja reditúa mucho dinero, en especial a partir de aquel conflicto derivado del despropósito de la 125.
Las autoridades saben que no es así, pero se hacen los distraídos. Retenciones del orden del 33% directamente dejan fuera de carrera a la soja en muchas zonas de la Argentina. Mientras Brasil multiplica de manera formidable su oferta, nuestro país retrocede; Mato Grosso produce ya más soja que la Argentina. Perdidos en el tiempo quedaron los 61 millones de toneladas que nuestro país generó en 2014/15, con un área cosechada un 30 % mayor que en la temporada actual, en la que antes de la seca no se esperaban más de 48 millones de toneladas.
Los tiempos de "la soja a 600 dólares", que fueron efímeros y totalmente coyunturales, quedaron en la fantasía de la gente, y muy lejos del bolsillo del productor por estos días. Así llegamos a este presente, con una Administración que ha decidido darle el golpe de gracia a la oleaginosa y exprimirla hasta las últimas circunstancias. Primero con la brecha cambiaria, común a todos los granos y excepcionalmente dañina para aquellos productos que soportan gran presión impositiva, y luego con un dólar diferenciado que aparece cada tanto y ha destruido uno de los pocos mercados razonablemente transparentes que le quedaban a la actividad agropecuaria.
Un trabajo reciente de la Bolsa de Comercio de Rosario revela que a raíz de la seca la nueva estimación de recaudación por retenciones a las exportaciones de las principales cadenas de granos se reduce a USD 3.300 millones para 2023, un tercio de lo capturado el año previo.
Analizar el grafico confirma algo que se daba por descontado: la soja es la que tolera por escándalo el mayor peso del aporte por derechos de exportación, y la brutal caída en los ingresos del Fisco por esta vía obedece a que la oleaginosa ha sido el cultivo más castigado por la última Niña. La cadena de la soja representa el 70% del total recaudado en condiciones normales. Ahora los rindes esperados son los peores en al menos 45 años, y los recortes aún no terminan. La BCR acaba de ubicar su nueva estimación en alarmantes 21.5 millones de toneladas.
A pesar de tanto infortunio, entre retenciones y brecha cambiaria el gobierno se las arregló para que el poroto se pague al productor -en el interregno entre un dólar soja y otro- no más de USD 220 de los de verdad, lo que puede trepar a menos de la mitad de lo que cobran uruguayos, brasileños y paraguayos.
A la tarea de demolición le faltaba un toque más, y lo consiguieron con el mencionado dólar soja. El mercado de esta oleaginosa era uno de los más respetados, incluso previsible más allá de los resquemores de siempre con aceiteros y exportadores. La aparición del dólar soja literalmente lo dinamitó. Se han perdido todas las referencias, especialmente cuando los compradores sospechan que está por aparecer una nueva edición de este ensamblado tercermundista ideado por Massa. La dispersión de precios se hace escandalosa. De acuerdo cómo y dónde encuentre al productor esta movida, puede implicar pérdidas importantes. Y siempre queda la sensación de que alguien se guarda parte de los dólares que deberían terminar en el bolsillo del hombre de campo.
Hoy por hoy presupuestar soja es una taba en el aíre, una moneda que puede caer en cualquier posición. Esta Argentina necesita ser reseteada, arrancar de cero. Lo mismo puede decirse del mercado granario. Otro tema que obliga a tomar debida nota de la situación a quienes pretendan gobernar la Argentina a partir de diciembre.