Como resultado de las simulaciones, se observa una disminución de 3.436 millones de dólares en el Producto Bruto generado por las cuatro principales cadenas agrícolas; un 11% menos de lo que se podría haber alcanzado bajo las condiciones que imperaban en octubre del año pasado, previo a la situación de déficit hídrico (Escenario Base). Si se mide como porcentaje del PBI para toda la economía que el FMI proyectaba en octubre para 2018, la pérdida sería de un 0,5% del PBI.
Debe tenerse en cuenta que este análisis solo contempla los efectos directos, por lo que el impacto macroeconómico final sería bastante mayor si se incluyen las interacciones con el resto de los sectores de la economía. Cabe destacar que el impacto hubiese sido superior de no observarse el incremento de los precios de exportación.
Sin ese aumento, la caída en el Producto Bruto Agrícola podría haber llegado a un 18,7%. Al considerar lo que ocurre en cada eslabón de la cadena, se encuentra que el principal afectado es la producción primaria, con una caída en el valor agregado de mil millones de dólares. Pero también se ven afectados los acopios, fletes y otros servicios.
Adicionalmente, soportan los impactos negativos de la seca los productores de carnes y leche que utilizan el maíz y la harina de soja como insumo y deberán enfrentar mayores costos; del orden de los 609 millones de dólares para el sector avícola, 428 para la ganadería bovina y los tambos, y 135 millones en el caso de los porcinos.
Se debe notar que la sequía afecta a estos sectores en otras formas no cuantificadas aquí; por ejemplo, por la menor disponibilidad de pasturas y silajes, que debe ser compensada con una mayor demanda de maíz, o por variaciones en los precios de venta, como consecuencia de la nueva situación de oferta y demanda en los mercados. Por el lado de las exportaciones netas, las pérdidas alcanzarían los 3.309 millones de dólares, acotadas por el menor ajuste en los niveles de molienda y el aumento en los precios internacionales.
La recaudación fiscal, por su parte, se vería disminuida en 1.174 millones de dólares respecto del Escenario Base, cifra explicada en un 59% por la caída en lo recaudado vía derechos de exportación, un 30% por impuesto a las ganancias, y un 11% por otros impuestos. Debe notarse que la situación no está exenta de mayores riesgos. Por un lado, no todo está dicho en términos de clima.
Existen regiones en donde los cultivos aún se encuentran en etapa de maduración, por lo que la proyección de rendimientos puede variar. Además, resta confirmar que las toneladas realmente cosechadas convaliden lo proyectado. Por otro lado, se debe remarcar que las cifras de impacto descriptas no reflejan suficientemente la mayor fragilidad que dejan en el sector para el futuro.
Los factores que motivan esto son los menores inventarios acumulados hacia el final de la campaña, el mayor endeudamiento por parte de los productores, los eventuales impactos que puedan observarse sobre los stocks ganaderos de no mejorar el clima a tiempo, y la deficitaria condición hídrica con que ingresaremos a la próxima campaña.
Es de esperar, asimismo, que esta situación afecte a los paquetes tecnológicos empleados y, a su vez, a los proveedores de insumos y maquinarias. La exposición a eventos climáticos adversos es una característica inherente al agro, pero cada vez que ocurren nos manifiestan la necesidad de repensar la estrategia que se adopta frente a este riesgo, tanto a nivel sectorial como a nivel de cada productor individual.
En particular, existen acciones que son de importancia considerar cuando se busca amortiguar las consecuencias de estos fenómenos; como el incremento de la cobertura por medio de mercados de futuros, el desarrollo de seguros climáticos, la adopción de buenas prácticas agrícolas, la investigación y desarrollo de semillas, y la inversión en infraestructura. Estos son sólo algunos ejemplos de decisiones que a mediano plazo configuran un sector más resistente y, a su vez, una economía argentina más estable.