La semana pasada, los técnicos de Bariloche a cargo del programa concurrieron a Chos Malal, en el norte neuquino, para comprar más de mil chivas y trasladar a los parajes rionegrinos de Laguna Blanca, Mencué y la localidad de Comallo, para entregar a 35 nuevas familias beneficiarias del proyecto.
El plan comenzó en 2014 con el traslado de 1.800 chivas para 60 familias de otros lugares del oeste de Río Negro, con financiamiento del Ministerio de Agroindustria de la Nación; siguió en 2015 con otras 30 familias, y en 2016 recibió en Washington el premio del Fondo Regional de Tecnología Agropecuaria (Fontagro) del BID.
En la evolución fue declarado de "interés productivo" por la Legislatura de Río Negro y para ejecutar la etapa de este año obtuvieron financiamiento de la coordinación en la provincia de la Ley Nacional Caprina.
Pablo Losardo, impulsor y coordinador del programa en la Secretaría de Agricultura Familiar, explicó a Télam la satisfacción por los resultados, medidos a través de un seguimiento productivo técnico pero apreciado también en "la alegría de los campesinos que recibieron los animales y año a año diversifican la producción, contra la depresión que trajo el volcán".
"La idea central es fortalecer la economía campesina; usamos chivas criollas porque es una raza de rusticidad extrema y alta tasa reproductiva: cada hembra pare mellizos; por eso es ideal frente a problemas específicos como los del volcán o efectos en general del cambio climático", agregó Losardo, que trabaja en el programa junto a su colega Alejandro Fornasa.
La erupción de 2011 provocó en Río Negro 70% de mortandad de cabras de angora, la especie dominante en la provincia por el valor de exportación de su lana, de fibra mohair; en tanto que las chivas criollas criadas por el INTA en la zona sólo tuvieron una mortandad de 7%.
"El proyecto funciona como un seguro productivo ante el cambio climático, si hay una alta mortandad de animales por alguna razón, en poco tiempo un productor puede alcanzar nuevamente a contar con 100 o 120 chivas", dijo.
Precisó que así el poblador tiene carne para comer todo el año y esta producción puede coexistir y potenciar la recuperación de la cabra de angora u la oveja merino, ya que "cuenta rápidamente con posibilidad de obtener recursos comercializando chivitos y le da tiempo al repoblamiento de los animales perdidos".
"Además, este año avanzaremos con el estudio de producción de la fibra cashmir de las chivas criollas, que cada animal genera en baja escala pero con un alto precio en el mercado exterior, y también con capacitaciones para elaboración de quesos, ya que son muy buenas productoras de leche", señaló Losardo.
El equipo de Agricultura Familiar trabaja junto a la Delegación del INTA y del Instituto Patagónico de Agricultura Familiar (IPAF), y para este año proyecta la búsqueda de financiamiento para nuevas etapas.
"Esta iniciativa, mérito de numerosos actores, nace en la idea de ayudar al arraigo en el campo frente a estos problemas; en los 80, las familias campesinas de la Patagonia tenían en promedio 5 personas y hoy son de poco menos de dos personas; hay una dispersión en busca de recursos pero lo bueno es que en un 92% no venden sus campos", afirmó el técnico.
Agregó que el objetivo de fondo apunta a que "recuperen la productividad y la diversificación para que los más jóvenes vuelvan al campo".