Río 2016

El amanecer de los Juegos Olímpicos sudamericanos

El Comité Olímpico salda una añeja deuda y, desde hoy, la fiesta deportiva tiene su sede en Río de Janeiro

5 Ago 2016

Nos los merecemos", reclamaron durante tres años los cariocas, los brasileños e incluso sus vecinos sudamericanos en un delicado, incansable y astuto operativo de seducción personalizado sobre el centenar de personas que decidían en el Comité Olímpico Internacional (COI). Y sí, se los merecía Sudamérica, era hora de que los Juegos Olímpicos se aventuraran por una región que nunca habían pisado. Brasil los ganó en 2009 sobre Chicago, Tokio y Madrid gracias a una campaña impecable, y después tuvo siete años más para organizarlos, ya bastante menos impecablemente.

El Brasil de entonces no es el Brasil de hoy. Poco y nada queda de aquel "este es el hombre" que Barack Obama le dedicó a Lula en una reunión del G-20 en 2009 ("el político más popular del planeta", añadió). Poco también de la situación geopolítica y económica mundial que llevó a la humillante derrota de una Chicago que el presidente estadounidense respaldó en persona en la elección de Copenhague para terminar viendo, impotente, el triunfo del por entonces imparable y seductor Brasil de Lula.

Ese ambiente se diluyó, y, sin embargo, Brasil es dueño desde hoy, y por los próximos 16 días, de la fiesta deportiva más impactante que se pueda ver. Aunque los atajos hacia el desarrollo no existan, algo habrán hecho bien los vecinos, los socios de la Argentina en el Mercosur.

Algún día tenía que pasar, algún día tenían que llegar los Juegos Olímpicos a Sudamérica. Llegaron. Están al otro lado de la frontera, hasta se podría ir en auto. Y empiezan hoy.

Es uno de esos días en los que hablar de historia e histórico no es abusar del concepto. Lo que se va a ver a partir de esta noche en el Maracaná, con una ceremonia inaugural en el estadio más mítico de todo el planeta, va a ser muy grande. Inevitable fundirse con el televisor, la tablet, el celular, porque los Juegos Olímpicos tienen la virtud de mostrarnos todo aquello que podríamos haber sido o que aún queremos intentar ser.

¿Nadar con la abrumadora potencia de Michael Phelps? Inspírense a partir de mañana.

¿Correr con la alegría imparable de Usain Bolt? Niños de todas las edades lo creerán posible.

¿Emocionarse porque el basquet de la Generación Dorada parece eterno? Sí, claro, a partir de mañana y noche por medio.

¿Descubrir que la esgrima no es aburrida, que el ciclismo es más que una bicisenda, que la vela no es para tomar sol o que el levantamiento de pesas exige una fina técnica? Sí, todo eso y mucho más. Cada uno de los 28 deportes -que incluyen el regreso del golf y el rugby- será una oportunidad de asomarse a un mundo para muchos nuevo, o de sumergirse en uno que se conoce y admira, pero que sólo se disfruta en el máximo nivel muy cada tanto.

Reflejo del mundo -hay incluso más países participantes que miembros en las Naciones Unidas-, los Juegos se mueven así al vaivén de los condicionamientos internos y externos. Los internos son conocidos: un Brasil en medio de una abrumadora crisis política y económica, con un presidente interino -Michel Temer- que hoy ocupará el lugar previsto para Dilma Rousseff, la presidenta que espera el desenlace de su proceso de destitución, a la hora de declarar inaugurados los Juegos. Y los externos no son menores, con el inasible Estado Islámico como amenaza, la inseguridad local como certeza y una ciudad militarizada en la que conviven el futvolei y el surf con 69.000 efectivos de las fuerzas de seguridad y un edificio que reúne a más de cien servicios de espionaje de todo el mundo.

Hace 20 años que un atentado terrorista no sacude los Juegos, y aquel de Atlanta 96 fue menor, de una naturaleza muy diferente a las amenazas actuales. Pero desde entonces, los Juegos no hicieron más que aumentar su blindaje. Lo dijo el ministro de Defensa brasileño, Raúl Jungmann: "Durante los Juegos, Río será la ciudad más segura del mundo". Objetivo audaz que, si se cumple, será de todos modos de brevísima duración. "Ojalá pudiéramos convertir la ciudad durante todo el año en un lugar tan seguro como durante los Juegos. Pero no podemos", admitió con una mezcla de resignación y amargura.

El contraste entre una Río hipersegura hasta el 21 de este mes, cuando se clausuren los Juegos, y una Río en la que el narcotráfico se adueña de las favelas y extiende la amenaza hasta los barrios ricos y sus playas es, en el fondo, un contraste similar al que se observa en los Juegos. Si en Río se pueden ver el lujo y la elegancia más sublimes separada apenas por metros de la pobreza y la desesperanza más profundas, en los Juegos Olímpicos también hay grandes diferencias sociales.

Equipos todopoderosos como los Estados Unidos, Alemania, Francia, China e incluso la diezmada Rusia se cruzan en la villa olímpica, una mini ciudad en la que en los momentos pico conviven más de 16.000 personas, con los humildes del mundo, esos deportistas que llegan de Honduras, de Burkina Faso, de alguna perdida isla del Pacífico sur, de Haití y tantos otros países que, con estar, ya ganaron.

Río de Janeiro, quizás la postal urbana más perfecta y famosa que exista, es algo diferente en cuanto uno se acerca. Entonces se ve la pobreza, la contaminación, el caos de tráfico, el padecimiento diario de un pueblo que increíblemente nunca deja de cantar, bailar y sonreír. Un pueblo al que se entiende mejor cuando se es latinoamericano y mucho menos si se es anglosajón. Le sucede a The New York Times, por ejemplo. El diario más prestigioso del mundo vive obsesionado desde hace meses con los defectos de Río y Brasil. Semanas atrás eligió un titular que es cualquier cosa menos sutil ("La catástrofe olímpica de Brasil"), y arrancó el texto con los tapones de punta: "Es oficial, los Juegos de Río son un desastre antinatural".

¿Sí? ¿Será para tanto? Hay asombro en los Juegos por el sombrío ánimo de Carlos Nuzman, el hombre que ganó la sede y preside el comité organizador. "¡Carlos, por Dios, cambiá ese humor!", le dijo días atrás el australiano John Coates, el miembro del COI que dos años atrás encendió todas las alarmas al decirle a Río que sus preparativos eran "los peores de la historia".

Lo cierto es que cada edición de los Juegos viene precedida de pronósticos agoreros de todo tipo. De haberse cumplido lo que se dijo antes de Atenas 2004, por ejemplo, es probable que el COI y el olimpismo ya no existiesen. Por la Bahía de Guanabara circulan aguas pestilentes desde hace décadas, la "súperbacteria" estaba ahí antes de los Juegos y seguirá estándolo. Eduardo Paes, el hiperkinético alcalde de la ciudad, ya dijo que en los últimos años usó los Juegos "como excusa" para cualquier proyecto, incluso aquellos que no tenían nada que ver con Río 2016. Se le hundió una ciclovía en la que dos personas murieran de forma absurda, pero los Juegos también le dejarán a Río una línea de metro que por fin llega al sur de la ciudad y una incipiente mejora del sistema de transporte gracias a los Metrobuses, conocidos aquí como BRT.

Mientras Neymar lidera a un Brasil que jamás ganó el oro olímpico en fútbol y Novak Djokovic busca ese oro en tenis que convertiría en gloria sin límites su carrera, espectadores, competidores y periodistas escrutarán hasta el último detalle de los deportistas rusos, protagonistas centrales -involuntarios muchos, voluntarios unos cuantos- del escándalo de doping de Estado que estalló a las puertas de los Juegos. En el medio, los diez integrantes del inédito equipo de refugiados que competirán bajo bandera olímpica.

Y la Argentina, que dio un espectacular salto del 50 por ciento en el tamaño de su delegación -de 137 a 213 atletas- y sueña con podios y ansía algún oro. Y que mira a Brasil, también, preguntándose para sus adentros qué se siente. Porque Thomas Bach, presidente del COI, ya dijo que Buenos Aires sería una candidata con importantes posibilidades de "ser exitosa" si se postula para 2028. El COA trabaja en eso y necesita que Río 2016 no sea un fiasco, porque el tropiezo afectaría mucho más que a Brasil. Para bien o para mal, los Juegos que empiezan hoy son los de Sudamérica. Y un poco, también, los de Argentina.

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