El dolor de ya no ser
La Argentina ha perdido terreno en el ranking que agrupa a los primeros exportadores mundiales de productos agrícolas. Largos años de pésimas políticas vinculadas con el sector terminaron dañando la principal fuente de recursos del país. Debería haber responsables rindiendo cuentas.
Los datos revelados por la Bolsa de Comercio de Rosario son una muestra de lo que puede suceder cuando individuos no capacitados acceden a puestos de gobierno y toman determinaciones sobre cuestiones que desconocen. Según el último relevamiento efectuado por la Organización Mundial de Comercio, en 20 años la Argentina cayó 4 puestos en el ranking mundial de exportadores agro para ubicarse en la decimoctava posición para el año 2021, en tanto que Brasil subió del octavo al tercer lugar en el mismo lapso
El resultado es entonces un enorme fracaso, inconcebible en un país con recursos naturales en abundancia y productores ampliamente capacitados para ir por una mejora permanente. Lamentablemente ha sido tan grande el manoseo de la actividad, en particular por parte del populismo, que las consecuencias están a la vista.
Llevamos años de debilitar la renta -y la voluntad- del sector mediante retenciones, volúmenes de equilibrio, cupos encubiertos, fideicomisos que no conducen a ningún lugar, una paridad cambiaria ficticia y otras bellezas por el estilo.
No se puede contabilizar ventaja alguna a partir del uso de estas herramientas propias de sistemas colectivistas. La máquina de impedir funciona a pleno, y al perjudicar la evolución del agro limita la suerte del resto de los argentinos, que en alguna medida dependen de su aporte de divisas.
Las dos últimas grandes secas dan testimonio de esa realidad. Cuando la producción del campo se resiente severamente todas las estructuras del país crujen. Y cuando eso no sucede la sensación es que estamos conformándonos con poco. Antes de la catástrofe de la campaña 2022/23, las cadenas agroalimentarias aportaron más de 55.000 millones de dólares, es decir, generaron 3 de cada 5 dólares exportados por Argentina. Es plausible, pero mucho menos de lo que podría lograrse sin la intervención del largo brazo del Estado.
Otro dato relevante indica que si bien Argentina se ubicó en el segundo puesto en exportaciones del año 2021 dentro de las naciones de Sudamérica, es también el segundo país que menos creció en relación con el promedio de los últimos 10 años, sólo por detrás de Venezuela.
La fabulosa evolución de Brasil torna más triste esta idea de lo que pudo ser y finalmente no fue. Rusia y Ucrania, hoy frenadas por una guerra sin sentido, han registrado un progreso similar. Buena parte del comercio global de soja, maíz y trigo pasa fundamentalmente por estas tres naciones, que con el correr de los últimos años se han convertido en las que van decidiendo la suerte de los precios internacionales campaña tras campaña.
Es cierto que Estados Unidos también ha perdido peso en el concierto global de países que comercian productos agrícolas, merito de estos tres formidables competidores. Pero todavía se las ingenia para conservar el primer puesto, siempre comprometido con la suerte de sus productores. Pase lo que pase climáticamente es impensable que el país del norte pueda cuotificar sus exportaciones o imponer impuestos adicionales al agro.
La Argentina es un caso único. Brasil también ha tenido, y tiene, gobernantes de tinte populista. Sin embargo ninguno de ellos comete los desatinos que suelen verificarse entre nosotros. El mismísimo Lula ensaya un discurso de izquierda pero no mueve un dedo buscando perjudicar al campo. Lo mismo sucedió con Pepe Mujica en Uruguay. Ninguno se animaría a atentar contra la gallina de los huevos de oro, una práctica que sin embargo es habitual en la Argentina.
Somos un mal ejemplo, los gremios agrícolas de la región nos usan para marcar lo que no debe hacerse, para poner de relieve las consecuencias nefastas del intervencionismo. El "fíjense como está Argentina" es la muletilla favorita de los representantes del agro en los países vecinos. Una especie de escudo contra cualquier idea disparatada.
El productor argentino ha sido formado para gestionar los riesgos naturales de la actividad, es decir, clima y precios. Hay herramientas para atenuar malos tragos provenientes de ambas cuestiones, pero es poco lo que se puede hacer ante decisiones oficiales extemporáneas y desacertadas.
La ideología contamina todo. El fanatismo empobrece. Aferrarse a ideas del pasado solo logra sumar más y más atraso. Es lamentable el error de venderle a la población que el campo es primarización, cuando forma parte de un conglomerado de actores tecnificados que generan el 30% del trabajo en el país. Hay toda una batalla cultural que dar, y es quizás la tarea más difícil por delante.
La parte buena de esta historia es que existen altas posibilidades de que en diciembre se revierta la tendencia y desembarque en Balcarce 50 un gobernante que libere las fuerzas productivas del agro. Pero de nuevo, la gran pelea es fundamentalmente cultural. Ayer, hoy y siempre.