Editorial

Georgieva abre el paraguas

Mientras se negocia álgidamente, las huestes que acompañan a la número uno del Fondo Monetario Internacional le marcaron la cancha al gobierno. Queda claro que para el prestamista global se requieren cambios urgentes en el manejo de la economía, aunque el reclamo parece tardío.

Lo que era un secreto a voces aparece ahora confirmado. El FMI le pide a la Argentina unificar el tipo de cambio, arreglar las cuentas fiscales, ir hacia una política monetaria restrictiva y eliminar gradualmente los controles de capitales. Lo considera imprescindible para salir de un escenario de reservas en rojo como el actual.

No hay mayores detalles respecto de lo que están negociando los enviados de Massa en Washington, tampoco se puede dar como inminente el viaje del ministro para firmar lo acordado y obtener la foto que tanto necesita, pero este Informe del Sector Externo generado por el FMI pone en blanco sobre negro algo que se sospechaba en función de que el país no ha cumplido ninguna meta y muestra un alarmante desorden en sus números.

Los datos del jueves indican que las reservas brutas del BCRA siguen cayendo y en cualquier momento van a perforar los USD 25 mil millones, con casi USD 20 mil millones que se esfumaron desde que empezó el año. Hace rato que el Central no tiene dólares propios y ya se ha gastado además un volumen de yuanes por el equivalente a USD 4 mil millones, lo que indica que está cerca de agotarse el swap inicial autorizado por los chinos. Respecto del segundo, por otro monto similar, algunos dudan ahora de que se encuentre fácilmente disponible.

El reporte del Fondo pone la lupa en la Argentina y habla de una economía altamente vulnerable, con reservas precarias y sin acceso al mercado global de capitales. De ahí que pide políticas macroeconómicas concretas para revertir este escenario, sobre todo aquellas que lleven a garantizar la sostenibilidad de la deuda fiscal y externa.

Todo esto parece irreal conociendo la ideología de la entente gobernante, porque además se reclaman reformas estructurales que sabemos no piensa realizar este gobierno, menos que menos bajo la implacable presión de la líder del espacio.

Uno de los grandes cuestionamientos pasa desde luego por el uso ininterrumpido de los escasos dólares disponibles para sostener un tipo de cambio oficial ficticio y que viene apreciándose respecto de la inflación. También se ponen sobre el tapete las medidas de control dispuestas por el gobierno y sus distorsiones, que impactan sobre la actividad económica y la inversión extranjera. Ahí entra el reclamo de medidas fiscales y monetarias más estrictas.

Daria la impresión de que hemos llegado al último subsuelo. En este contexto sorprenden los datos del economista Fernando Marull. Desde que asumió Alberto Fernández el campo aportó la friolera de USD 120 mil millones y los pagos netos al FMI bordearon los USD 3500 millones. Es increíble que estemos en esta situación, y parece pueril echarle la culpa a la pandemia o a la guerra en el Mar Negro.

Es cierto, ahora surgen voces cuestionando la reacción tardía del organismo internacional, cuando queda absolutamente claro que nada de lo cuestionado será modificado por esta Administración a esta altura de los acontecimientos. Antes bien parece un mensaje del FMI para los ganadores de diciembre, que deberán pagar todos los platos rotos.

De todos modos es probable asimismo que los dardos del Fondo lleguen después de la retahíla de manifestaciones oficiales en días recientes. Ni a propósito se podría ser tan torpe en medio de una negociación. Basta recordar a la líder del espacio sugiriendo que el organismo "tiene que hacerse cargo del desmanejo que tuvo la anterior directora", en alusión obvia a Christine Lagarde, actualmente presidente nada menos que del Banco Central Europeo. Habría que sumar al propio Massa, que pidió pagarle al Fondo y que "no vuelva nunca más". No es la forma más recomendable de dirigirse a quien estamos a punto de pedirle un favor.

Este es un momento donde se juegan todo tipo de posibilidades, pero no caben dudas de que el informe del FMI no es inocente. Abre al paraguas para ponerse a cubierto de quienes creían que conseguir fondos frescos es soplar y hacer botellas. Abundan las apuestas en cuanto a que el organismo seguirá estirando su respuesta al pedido de algún desembolso y a lo sumo roleará la deuda que la Argentina debe afrontar a fin de mes, en torno de USD 2600 millones, siempre y cuando se cumplan algunos de sus reclamos.

El gobierno no tiene nada positivo para mostrar. La asistencia al Tesoro supera los $1.28 billones en las últimas dos semanas, y el acumulado en 2023 duplica la meta acordada con el FMI. El stock de pasivos remunerados del BCRA se acerca a la astronómica cifra de $17 billones, es decir más que duplica la base monetaria, y sus intereses alimentan aceleradamente la oferta monetaria bruta. La inflación acumulada desde 2019 supera el 500%, y podría redondear el 800% en el momento en que termine el actual gobierno. Hay que sumar recesión en curso, déficit fiscal en ascenso, presión impositiva récord y alarmante atraso tarifario. Solo el 5% de los argentinos tienen un ingreso superior a USD1.500 mensuales.

Se va despidiendo el jueves y la taba está en el aire. Imposible asegurar a esta altura de los acontecimientos que irán a resolver Georgieva y los suyos. Pero hace rato que el argentino ha dejado de esperar cambios de fondo. La imagen del operativo en la City por enésima vez allanando cuevas confirma que la sensación de que la situación no tiene salida.