Siempre es bueno recortar impuestos
Crecen los ejemplos en el mundo de las ventajas de dejar de oprimir a los contribuyentes. Para eso es necesario terminar con el despilfarro del Estado y apuntar a una administración eficiente y honesta, algo nada sencillo de hallar en la Argentina.
Crecen los ejemplos en el mundo de las ventajas de dejar de oprimir a los contribuyentes. Para eso es necesario terminar con el despilfarro del Estado y apuntar a una administración eficiente y honesta, algo nada sencillo de hallar en la Argentina.
Crecen los ejemplos en el mundo de las ventajas de dejar de oprimir a los contribuyentes. Para eso es necesario terminar con el despilfarro del Estado y apuntar a una administración eficiente y honesta, algo nada sencillo de hallar en la Argentina.
No hay ninguna duda sobre la necesidad de pagar impuestos. Es razonable ciertamente. Imprescindible en alguna medida. Lo que no tiene lógica es abusarse de ellos para sostener la fiesta del Estado. La Argentina tiene 165 impuestos, tasas y contribuciones, que implican además adelantos y adelantos de los adelantos. Pesan sobre la renta, el trabajo, el consumo. Incluso está la obligación de aportar al Fisco en el caso de que un ciudadano desprevenido tuviese el desatino de recurrir a enormes esfuerzos para ahorrar y reunir un pequeño capital. Sobre él caerá el Estado para quedarse una vez más con una porción del esfuerzo privado.
La pesada carga tributaria que caracteriza a la Argentina se extiende a los alimentos, la ropa, los electrodomésticos y los automóviles, solo por citar algunos casos. Después de haber hecho las contribuciones formales el ciudadano de este país sigue pagando impuestos en cada acto de su vida privada diaria.
Por supuesto el agro encarna el peor caso de todos, con derechos de exportación que prácticamente no se cobran en ningún otro país, y en los pocos lugares en que se aplican no alcanzan los niveles confiscatorias que debe tolerar, por ejemplo, la soja. Eso no impide que los alimentos se vean fuertemente encarecidos por la presión tributaria que les toca en suerte. El 23% del precio del pan al público son impuestos, lo mismo que el 25% de lo que cuesta un sachet de leche o el 27% de lo que se paga por la carne.
Hace rato que el mundo ha comprendido que ahorcar a la víctima puede terminar matándola, que es exactamente lo que menos le conviene a un recaudador. Pero además del temor a la desaparición de la fuente de recursos de muchos burócratas, no pocos políticos del primer mundo han comprendido que tirar demasiado de la cuerda es contraproducente para la economía de un país y están obrando en consecuencia.
La italiana Giorgia Meloni ha emprendido una gran reforma fiscal, una rebaja de impuestos que afecta desde el consumo privado hasta las rentas del trabajo y la creación de empresas. Contempla la revisión del IVA a la baja, con una tasa cero para alimentos esenciales. Además, reduciría los tramos (de 4 a 3) del impuesto sobre la renta de las personas físicas y estaría pensando crear un nuevo tramo del 15 % en el Impuesto de Sociedades, justo cuando en otros lugares recomiendan que este sea del 20 %.
Si bien debe ser aprobado por el Parlamento italiano, las nuevas normas van en la dirección de simplificar y reducir la carga tributaria, incentivando las inversiones y las contrataciones. Es justamente lo que hay que hacer.
Dinamarca, por su parte, ha decidido bajar los impuestos año tras año hasta 2025. ¿El objetivo? Crecer todavía más. El primer ministro Lars Løkke Rasmussen está convencido de que va a incentivar el empleo de manera significativa. El modelo liberal de Suecia, Dinamarca, Finlandia o Noruega tiene impuestos muy superiores a los del resto de Europa. Sin embargo, los escandinavos contraponen a esa realidad la desregulación de otras cuestiones.
En Dinamarca el mercado laboral es uno de los más flexibles del mundo. No hay exigencias para despedir empleados ni se requiere indemnización. El subsidio por desempleo se maneja de forma privada, recurriendo a empresas de seguros. Solo en casos extremos puede pensarse en la ayuda pública. El desempleo se mantiene bajo y es altísima la facilidad para hacer negocios.
Ahora Rasmussen apuesta además a una rebaja de impuestos. Quiere reducirlos para acelerar el crecimiento e incentivar el trabajo. Está convencido de que con menos impuestos habrá más dinero en el bolsillo de los trabajadores, y que eso los ayudará a ahorrar para la jubilación.
Dinamarca e Italia no están solas. En Hungría también consideran que la baja de impuestos genera más recaudación. Con un 9%, este país tiene la tasa de tributación empresarial más baja de la Unión Europea y de la OCDE, y logró aumentar la recaudación impositiva de manera significativa.
Ya dentro de nuestra región, el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, anunció una rebaja de impuestos a trabajadores y jubilados de menores ingresos, así como una reducción de la presión tributaria a pequeñas y medianas empresas, mientras que ratificó una serie de reformas. La idea es aumentar el ingreso disponible de las personas y profundizar el apoyo a las micro y pequeñas empresas, para las que propone cambios que implican un menor aporte del Impuesto a la Renta de Actividades Empresariales.
Entre nosotros es justo reconocer el caso de Javier Iguacel en Capitán Sarmiento. A los tres meses de haber sido electo intendente, tomó la bandera de hacer un sistema más simple, claro y fácil, y eliminó 120 de 130 tasas municipales. El plan fue instrumentar un esquema más razonable y equitativo. ¿Resultado? El monto obtenido por el municipio subió un 50%.
Hay un denominador común en todos estos casos: los buenos resultados sobre la actividad económica y niveles de recaudación superiores a los que se tenían cuando se ahogaba a la gente con tasas tributarias prohibitivas y una maraña interminable de trámites y papeles. Pero para eso hay que cortar con la fiesta en el Estado, terminar con el aluvión de militantes ocupando puestos inexistentes, con los gastos sospechados y las inversiones dudosas. En suma, tornar razonable el gasto.
El premio es para los que tienen las agallas y la honestidad de hacer lo que hay que hacer, y consiste en el reconocimiento de la gente. Tarde o temprano va a ser un objetivo posible en la Argentina. En eso nos va la vida como país.