Editorial

El frágil mundo de las compensaciones

El agro juega con la cancha inclinada en su contra por un Estado que se resiste a normalizar los mercados. En el fondo, estos aportes esporádicos solo sirven para disimular que todo sigue tan mal como estaba entonces.

El agro juega con la cancha inclinada en su contra por un Estado que se resiste a normalizar los mercados. En el fondo, estos aportes esporádicos solo sirven para disimular que todo sigue tan mal como estaba entonces.

Los llaman subsidios, compensaciones e incluso ayuda al campo, y se les asigna un título ampuloso. Es en realidad dinero que antes le había sido quitado al propio productor mediante impuestos distorsivos, por lo que en todo caso serían restituciones más que ninguna otra cosa. Eso sí, están rodeados de un marketing cuidadosamente planeado para mostrar al ministro de Economía como un hombre que "todo lo resuelve", en el marco de una actitud paternalista, comprensiva, capaz de hacer un gran esfuerzo por el bienestar de sus gobernados. El hombre parece estar en plena campaña.

Hay que reconocer que su hiperactividad contrasta fuertemente con la parsimonia de quien detenta el máximo cargo dentro de la estructura del Estado. Sale ganando claramente, y lo aprovecha al máximo. "No voy a hacer como hacen muchos, que esquivan los problemas o solo los relatan, nosotros los enfrentamos, invertimos los recursos del Estado para mantener de pie y hacer crecer a ese gran pulmón de la economía que es la industria láctea", dice enfático, y carga todas las responsabilidades por la situación del tambo sobre el clima, que sin dudas tiene una cuota de culpa.

Lo cierto es que la economía argentina sigue en terapia intensiva, no hay mejoras concretas que animen a pensar en un cambio de expectativas. Solo se desaceleró la caída al abismo que el proceso traía hacia julio de 2022. En el fondo lo que se tiene es una maraña de parches, una economía intervenida hasta donde da la vista, con un gran desbarajuste de precios relativos producto de esos parches y sin señales definidas respecto de lo que viene, lo cual complica cualquier planificación.

Al tambo lo ha puesto en jaque la falta de lluvias pero también la mencionada distorsión relativa de precios, la inflación galopante que deprime el salario y por ende el consumo, los derechos de exportación que le quitan competitividad a los lácteos argentinos en el exterior, la paridad oficial que no anima a buscar nuevos mercados fronteras afuera, los controles de precios para el producto terminado. Son todos temas de un modo u otro vinculados con el gobierno que hoy "lidera" Massa. Y el hilo se corta siempre por lo más delgado, el productor.

Los llamados subsidios, compensaciones o ayuda al campo brindan una cuota de oxígeno, temporal, efímera en algún sentido, pero no cambian el rumbo de la historia si no se tiene la convicción de permitir que la gente desarrolle su negocio libremente. El problema vuelve a aparecer con toda su brutalidad un poco más adelante en el camino. Incluso resultan un enigma en cuanto al acceso a los supuestos beneficios. Una vez hecho el anuncio hay que ver si la plata realmente llega y en qué magnitud. Y cuando llega, porque hay gente que ya no tiene resto.

Ahora le tocó a la producción de leche. Un tambero visiblemente enojado definió la situación de forma práctica: "te quiebran las piernas, y ahora van a prestarte unas muletas". "Las compensaciones son literalmente humo y solo le sirven a los funcionarios, en tanto a la industria le permite no aumentar el precio", dice una reconocida productora del oeste bonaerense vinculada con una gremial del campo. "El riesgo climático es parte del negocio. Uno debe guardar durante los años buenos para cuando el viento viene en contra, pero si el Estado se queda con la renta destinada a la cobertura en años malos, el productor quiebra", suma otro productor de leche.

Muchos creen que este "Impulso tambero" apenas va a estirar la agonía de establecimientos que están en la cuerda floja.

Como en otros casos, el Estado crea las condiciones para que el negocio se convierta en algo insostenible, y no muestra ningún interés en generar modificaciones profundas que devuelvan condiciones operativas normales a la actividad. El ministro lo sabe, pero estas apariciones frente a las cámaras llevan agua para su molino. Apunta a aquellos que nunca vieron un tambo, y explica cómo es que va a rescatar a este actor relevante del sector agropecuario.

No son rescatistas lo que el campo y el resto de la sociedad necesitan. Hace falta un estadista, con una visión definida de futuro, con un plan serio, que interprete que la población no puede seguir cargando con las pérdidas que registran, por ejemplo, las empresas públicas, que obligan a mantener una presión tributaria asfixiante. Mientras esto persista, basar el accionar oficial solo en las compensaciones es pan para hoy y hambre para mañana.