Los valles irrigados de Río Negro tienen 50.000 hectáreas de chacras fuera de producción
La situación se repite a lo largo de los más de 500 kilómetros que separan la capital provincial, Viedma, y Cipolletti, ya en el límite con Neuquén.
En los valles irrigados de Río Negro existen por lo menos 50.000 hectáreas de chacras con acceso al agua que en los últimos años han salido de producción debido, sobre todo, a las sucesivas crisis de la fruticultura, según un relevamiento realizado por Télam en consulta directa con los productores y funcionarios de la región.
Una recorrida por estos valles regados de la Patagonia norte pone en evidencia este fenómenos: actualmente existe una gran cantidad de lotes que no son explotados actualmente por sus dueños.
Los productores reclaman incentivos que permitan reintroducir esas tierras al circuito productivo.
La mayoría de esos terrenos pertenecen a los hijos de productores que han fallecido y se dedican a otras actividades mejor remuneradas que la producción de alimentos, en especial en estas chacras que, en la mayoría de los casos, no superan las 25 hectáreas de superficie.
En el Idevi (Instituto de Desarrollo del Valle Inferior), uno de los últimos grandes proyectos de irrigación que se realizaron en el país en la década del '60 cerca de la ciudad de Viedma, de las 24.000 hectáreas bajo riego "empadronadas" hay solo 17.000 que actualmente están bajo explotación, según informó Marcos Castro, el presidente de administración de ese ente.
De acuerdo a diversos productores y técnicos del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de Río Negro, la situación es más grave todavía en la zona del Valle Medio, con cabecera en la ciudad de Choele Choel.
Allí se cuenta con una superficie total de 50.000 hectáreas con posibilidad de riego, pero apenas poco más de la mitad de esa superficie se haya bajo producción.
Finalmente, en el Alto Valle del Río Negro, llegando ya al límite provincial con Neuquén y donde es más abundante la producción de peras y manzanas, los últimos censos oficiales dan cuenta de que siguen operativas unas 44.000 de las 65.000 hectáreas irrigadas. El resto está en estado de abandono.
Para los productores que quedan en carrera, la gran cantidad de chacras sin explotación es un dolor de cabeza, además de ser muy costoso.
Según varios testimonios recogidos por Télam en la región, los chacareros no sólo tienen que hacerse muchas veces cargo del mantenimiento de los canales de riego de sus vecinos sino que, además, es mayor la presión de plagas o enfermedades vegetales en los lotes en estado de abandono.
De todos modos, según coinciden las fuentes, no hay ningún tipo de incentivo para que los dueños formales de esas parcelas se decidan a desprenderse de ellas o a ponerlas en producción, al menos bajo arriendo.
El costo del acceso al riego es muy bajo, de unos $ 50 pesos anuales por hectárea y no se aplican sanciones a quienes no pagan ese canon.
Pero según fuentes ligadas a los consorcios de riego de los diferentes valles, el nivel de incumplimiento es muy elevado.
La mayor parte de las chacras abandonadas, o subexplotadas de estos valles irrigados, han sido destinadas en los orígenes de estos proyectos de colonización agrícola, varias décadas atrás, a la producción de frutas.
Por lo tanto, se requerirían varios años de espera y una gran inversión para llevar a cabo una reconversión varietal que haga sustentable el negocio. Esa es una de las mayores limitantes para su reactivación.
Adicionalmente, según denuncian los productores, hay una fuerte especulación inmobiliaria que lleva el valor de esas tierras a valores muy elevados para los números que se manejan en el negocio agropecuario, ya que por una hectárea de esas tierras abandonadas se puede llegar a pedir de US$ 5.000 a US$ 10.000, dependiendo de su ubicación.
En la zona del Alto Valle, en este contexto, muchas de las chacras abandonadas ya fueron subdivididas para hacer barrios cerrados, o han sido alquiladas al sector petrolero para la instalación de pozos.
Tampoco resulta sencillo para quienes alquilan tierras para la producción hortícola acceder a esos lotes semiexplotados.
Raúl Sorico, un productor boliviano que integra la cooperativa Savia Andina, paga unos $ 6.000 por hectárea en la zona del Valle Inferior, mientras que en la zona de Lamarque, en el Valle Medio, este tipo de productores chicos debe pagar hasta $ 12.000 anuales.
Adicionalmente, los contratos rara vez superan los 2 años de duración, lo que determina que no se puedan hacer proyectos de largo plazo, como la construcción de invernaderos.
La crisis de la actividad frutícola, y más recientemente la de la producción de cebolla, han acelerado este proceso de abandono de chacras.
La producción ganadera, que ha venido creciendo fuerte en Río Negro, demanda a la vez estas tierras bajo riego para la producción de maíz y pasturas que le permitan asegurar la "terminación" del ganado que crían en los campos de secano.
Matías Longoni