Lujos demasiado caros que se terminan pagando
La Argentina es un país de lujos inexplicables
Costumbres caras de principios del siglo pasado como la de tirar manteca al techo, viajar con la vaca lechera a París o el más cercano "deme dos" de Miami, se reciclaron la semana pasada en Santiago de Chile, en la reunión Celac -Unión Europea. La nueva extravagancia, que las futuras generaciones se verán obligadas a pagar como todas las demás a lo largo de la historia, fue la de atrincherarse con Venezuela en el proteccionismo comercial y en condicionar la seguridad jurídica de acuerdo con las necesidades de intervención y regulación de sus economías. De más está decir que Brasil o Chile, entre otros países, adhirieron a la apertura del comercio internacional y a la seguridad y estabilidad de las reglas de juego. Sin tapujos, el Brasil de Lula y de Dilma Rousseff, dos líderes del partido de los trabajadores, confiesa al que lo quiera oír su vocación por convertirse en una potencia mundial a partir de una poderosa plataforma agroalimentaria.
Pero lo verdaderamente preocupante de la definición bolivariana que surgió en Santiago fue que el Gobierno parece no estar solo en esto de ver con un lente anacrónico las relaciones de intercambio comercial con el mundo. Porque vale la pena recordarlo una vez más: la Argentina, como el resto de los países de la región con capacidad para producir alimentos, deja de ser punto para ser banca en el contexto internacional.
Ahora, a diferencia de lo que hasta hace pocos años vino ocurriendo, lo que mejor sabemos producir es lo que más vale. Con el agregado que esta no es una circunstancia pasajera sino un escenario que vino para quedarse. Así que lo lógico sería producir alimentos sin complejos de ningún tipo para una demanda mundial que no tiene techo.Una situación tan evidente como privilegiada que no se podrá aprovechar en su máxima expresión en la medida que el Gobierno no se saque su antifaz ideológico.
FALTARON REACCIONES
Salvo la Fundación Libertad, llamó la atención la falta de reacciones de los que creen que el desarrollo no va a venir de la mano de las restricciones comerciales sino de una agresiva estrategia por ganar mercados para nuestros alimentos. No se escucharon pronunciamientos de partidos políticos, ni de ninguna cámara, ni de las entidades gremiales y no gremiales del campo. Ni siquiera de los gobernadores de provincias con economías regionales fuertemente afectadas por el modelo económico y las represalias comerciales debido al proteccionismo "sui generis" que se practica.
Porque a las producciones de frutas en general, ya sean frescas, secas o industrializadas, de aceite de oliva, de aceitunas o de ajo, por citar sólo algunas, que hasta el momento no se han beneficiado de altos precios internacionales y que sufren de un dólar estancado y de la inflación de costos internos, lo único que le falta es seguir padeciendo las represalias comerciales aplicadas por países a los que la Argentina impuso trabas en la importación.
En este sentido, la frontera brasileña se parece cada vez más a una línea de trincheras con prisioneros de ambos bandos. El caso más resonante de las últimas semanas fueron los cargamentos de lácteos. Las aceitunas y el aceite de oliva también estuvieron presentes en los entredichos.
En realidad, el proteccionismo imperante también se explica por el poco juego que desarrolla el federalismo y el acotado margen de maniobra de los gobernadores ante el poder central.
Como bien señala Marcelo Capello en un trabajo del Ieral, de la Fundación Mediterránea "las economías abiertas y con tipo de cambio real alto incentivan la producción de bienes transables, y esa situación tiene un correlato regional en la Argentina: benefician productivamente a las regiones del interior, donde pesan más los bienes exportables. Por otro lado, modelos cerrados y de tipo de cambio real bajo benefician en mayor medida a la producción de no transables y a la sustitución de importaciones, ubicada predominantemente en las grandes urbes, especialmente el Gran Buenos Aires".
Con el proteccionismo y el populismo imperante se pone en juego entonces el federalismo, pero además se abre un serio interrogante sobre la competitividad del sector agroalimentario en el mediano plazo.
Félix Sammartino