El default del trigo
Hay otro default, quizá tan serio, o más, que el financiero. Es el default triguero. Vamos a cosechar 9 o 10 millones de toneladas, la mitad que hace veinte años
Cuarenta millones de toneladas surgen de una superficie de 10 millones de hectáreas, y un rinde de 40 quintales. Las dos variables son no solo viables, sino necesarias. Y están dadas todas las condiciones para alcanzarlas. Pero sembramos menos de 4 y el rinde será de 25 quintales.
Es cierto que la cebada cumple el mismo papel en la rotación, con la ventaja de la cosecha anticipada y siembra más temprana de la soja o maíz de segunda. Fue una excelente opción frente al disparate del cepo K. Pero a nivel nacional, el default triguero tiene consecuencias implacables. En lo cuantitativo, por lucro cesante. En lo cualitativo, por abandonar a su suerte al mercado brasileño, el más importante del mundo, que ahora no solo se abastece de Canadá, sino de Uruguay y, este año, hasta de Paraguay.
Este fracaso se da mientras la tecnología evoluciona con nuevos bríos. No se nota en estas pampas, donde sólo se siembra por balance de carbono, con chacareros desahuciados por las complicaciones comerciales. Pero sí lo pudimos advertir hace pocos días en Uruguay, donde la revolución tecnológica opera a fondo. En poco tiempo, alcanzaron rindes impensados, que subrayan nuestras perspectivas trigueras con gruesos trazos de evidencias. Veamos.
Hace treinta años viajé por primera vez a Francia, donde campeaban los trigos de 100 quintales, con 60 como rinde nacional. En la Argentina el promedio era de 20 quintales, con topes de 40. Se había mejorado mucho con la irrupción de los trigos “mejicanos”, la genética provista por el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo que dirigía el Premio Nóbel Norman Borlaug en Sonora, México. Estos trigos, de porte más bajo y ciclo corto, habilitaron el uso de fertilizantes, cuyo empleo en los cultivares tradicionales de alto porte y ciclo largo sólo producía “vicio” y no se traducía en mayores rindes.
El INTA y los semilleros privados abrevaron con fervor del aporte de Borlaug. Cuando expuse en 1982 mi visión sobre lo que estaba ocurriendo con el trigo en Europa, y en particular en Francia -en numerosos artículos publicados en la revista Dinámica Rural- se generó mucha polémica. “Ellos subsidian”, decían algunos. Les respondí que hiciéramos lotes demostrativos con el paquete europeo y ver qué pasaba. Otros comentaban que se trataba de cultivares de mala calidad panadera. Les recordé que en Francia se come el mejor pan del mundo.
No pasó nada. Cuando me tocó presidir la institución, en 1994, volví a la carga con el tema. Personalmente traje muestras de compañías privadas de Gran Bretaña y Francia. Pero recién hacia fines de los 90, y de la mano de una compañía de semillas sin historia en el cereal (Nidera) llegaron al mercado los primeros trigos franceses. Se inauguraba la era del Baguette.
Ahora, todos los que hacen genética de trigo se apoyan en materiales franceses. Limagrain, Benoit, Florimond Desprez, están presentes en forma directa o aportando su germoplasma. Y ahora el INTA, como me enteré en Uruguay, tiene sus primeros cruzamientos de líneas propias con el mismísimo Baguette 10, el primer hito de la generación gala hace ya una década. Era hora.
Junto con la nueva genética, viene el resto del paquete tecnológico. Fertilización más generosa e inteligente, ciclos más largos, uso estratégico de funguicidas y hasta ensayos con reguladores de crecimiento. Esto genera una nueva plataforma para el relanzamiento del trigo argentino, que volverá a jugar un papel no sólo como antecesor o por su aporte de carbono, sino también como negocio país. Para salir del default.