River es una máquina de competir
Supo competir. Estuvo a la altura de lo que le pedía cada partido y de lo que le exigía cada rival. Interpretó muy bien situaciones de juego. Capitalizó contextos favorables. Disimuló carencias. Exprimió virtudes. Escondió defectos. Se reinventa cuando hace falta. Tuvo suerte. La aprovechó. Puede jugar mejor, como en aquel esplendoroso comienzo del Transición 2014 hasta que se lastimó Kranevitter. Su presión sobre la pelota, los espacios y los receptores en la segunda final ante Tigres fue perfecta. Siempre tuvo claro cuándo, dónde, para qué y con quiénes presionar. De eso se trata el fútbol para Gallardo: presionar para jugar, recuperar para tocar. Durante la Copa, el entrenador cambió tácticas, estrategias, recursos y conceptos. Logró el compromiso de todos sus jugadores, titulares y suplentes. Siempre los convenció, ese arte del líder.
River es un campeón bien coral. Cuesta elegir una figura excluyente. Muchos han contribuido de forma pareja y simultánea. Cuando el juego se los demandó, apareció ese "elegido" para cumplir con su tarea. Barovero, Mercado, Maidana, Funes Mori, Vangioni, Sánchez, Kranevitter, Ponzio, Rojas, Teo, Cavenaghi, Viudez, Alario, Pezzella, Mora y Pisculichi tienen su propio segmento de la Copa Libertadores. Desde agosto del año pasado, este equipo viene plasmando una refundación del club. Históricamente perdedor en el plano internacional en contraste con su dominio nacional, hoy es el actual campeón de los tres trofeos continentales: Sudamericana, Recopa y Libertadores. No ha perdido duelos de mano a mano a doble partido en este ciclo. La pasó muy mal en la etapa de grupos, durante la transición entre el modelo 2014 que ya no funcionaba y el 2015 que no se consolidaba. Estuvo fuera de los octavos de final en 520 de los 540 minutos de esa etapa. Tigres, sobre todo Esqueda, lo ayudó en Perú. "Entramos por la ventana, ahora vamos a molestar", dijo el DT tras la clasificación.
Le tocó el Boca de los 18 puntos. Lo marcó, lo raspó, le pegó, no lo dejó jugar. Ponzio sobre Gago como símbolo de otro camuflaje de Gallardo. Vale para ese duelo individual y para el colectivo. Mostró espíritu, intensidad, sacrificio, agresividad, orden y plan. Desquició a su rival. El Panadero fue el efecto, no la causa. Revirtió la serie ante Cruzeiro, con un 0-3 en el prohibido Mineirao. Volvió a inventarse tras la Copa América, ya sin Teo ni Rojas. Sólo un equipo con todas sus relaciones funcionando bien dentro y fuera de la cancha, permite que recién llegados como Alario, Viudez y Bertolo se enganchen enseguida con la idea y con su ejecución. Más allá del destino, su aporte en los duelos finales se debe a la confianza que les brindaron el entrenador y sus compañeros.
Este grupo tuvo respuestas y rebeldía ante la adversidad. ¿De dónde viene esta fortaleza mental? Quizá de las historias personales, esas que curten y marcan. Doce de los 18 futbolistas que firmaron la planilla de la final jugaron en el ascenso, cinco en este club. El descenso de 2011 ayudó a construir otra identidad. River también fue El Enmascarado, el apriete a Pezzotta, el incendio al Monumental y las vidrieras rotas de la Avenida del Libertador. De eso no se vuelve. De la B sí. Los hinchas reforzaron su sentido de pertenencia y aceptaron lo que les tocaba. Brown de Madryn, Boca Unidos, Atlanta. También los jugadores. Cavenaghi eligió volver en la mala y se convirtió en ídolo. Trezeguet y Domínguez también quisieron estar. Almeyda se retiró y ejerció entrenador de un día para el otro. El club entero aceptó el baño de humildad. El socio corrió a Passarella y confió en D'Onofrio. D'Onofrio en Francescoli. Francescoli en Gallardo. Gallardo en sus futbolistas, que habían salido campeones con Ramón el semestre anterior. Les propuso crecer como equipo. Ni cambio, ni continuidad: evolución. Los inspiró con su liderazgo. En menos de un año, alla Pep Guardiola en Barcelona 08-09, provocó una revolución. "Vamos por más", dijo en plena celebración. Sabe que su River no se conforma. Es una máquina de competir.
Cancha Llena