"La expansión de la agroindustria sojera es un fenómeno colosal"

2 Feb 2015

El galgo alcanzó a la liebre

Tras varios años de correr desde atrás, la oferta mundial de granos y sus derivados logró equiparar a la demanda. El galgo alcanzó a la liebre. Y, aunque todos los expertos coinciden en que el equilibrio es precario, cualquier esfuerzo que permita generar mayor consumo se convierte en estratégico, para el agro y para la economía nacional. Que, ya sabemos, son la misma cosa.

Los dos drivers que movieron la demanda mundial de básicos agrícolas fueron la transición dietética en Asia y la expansión de los biocombustibles. La Argentina supo tomar ventaja de ambos fenómenos.

La expansión de la agroindustria sojera es un fenómeno colosal.

En veinte años, el país se convirtió en el principal exportador mundial de harina de soja (abanderada de las proteínas vegetales, base de la producción de todo tipo de proteínas animales desde el colapso de la anchoveta peruana, a partir de 1970).

Las plantas de crushing permiten moler la totalidad de la soja producida en el país. El otro derivado es el aceite, donde también la Argentina ocupa desde hace años el primer lugar en el podio.

La cascada de valor no se frenó en estos dos productos principales. A partir de la abundante materia prima disponible, el aceite, llegaron enormes inversiones en el “down stream”. De la noche a la mañana, la Argentina se convirtió en el principal exportador mundial de biodiesel.

Esto permitió retirar del mercado mundial una considerable cantidad de aceite, lo que impactó en forma directa en su cotización.

La crisis generada por la decisión europea de frenar, con argumentos falaces, el ingreso de biodiesel argentino, se pudo paliar con un aumento del corte en el mercado interno y con la aparición de alguna nueva oportunidad en el frente externo.

Sin embargo, la caída del precio internacional de los combustibles vuelve a castigar a esta industria. Una buena noticia fue la aceptación, por parte de las autoridades ambientales de los Estados Unidos, de la condición de “sustentable” del biodiesel argentino, lo que permite sostener un mercado de 300.000 toneladas anuales.

Es apenas el 7% de la capacidad instalada, pero ayuda en esto de sostener demanda a cualquier precio.

En el mismo camino de sostener demanda, se ubica la saga del etanol de cereales. En los últimos dos años se inauguraron cinco plantas, que pueden digerir 1,5 millones de toneladas anuales de maíz que, de lo contrario, fluirían al mercado mundial y terminarían engrosando la oferta.

Todas estas nuevas plantas tienen planes de expansión, mientras hay otros proyectos en las gateras.

Más allá del impacto macroeconómico, la construcción y operación de estas plantas han generado una enorme cantidad de empleos de alta calidad. Desde el punto de vista ambiental, no solo contribuyen a sustituir energía fósil por renovable.

En el caso de la planta de ACABio de Villa María, están capturando dióxido de carbono producido en la fermentación, con tecnología de la belga Desmet. Se lo van a proveer a una fábrica local que hoy obtiene ese producto (y lo vende a elaboradoras de gaseosas) a partir del gas natural.

Y hablando de gas, vale la pena observar lo que está sucediendo en la cordobesa Río Cuarto, donde se inauguró hace un par de años la primera planta de etanol por parte de Bio 4, una sociedad entre productores agropecuarios e inversores locales.

Con varios de los mismos accionistas, han construido una planta de biogás de 1 MW, que está lista para empezar a operar ni bien la aduana libere el despacho a plaza de la unidad generadora.

El resto está construido y ya comienzan a llenarse los bunkers con silo de maíz, la materia prima que fermentará en los digestores para producir el biogás que alimentará al grupo generador.

Es una metáfora del país que viene. Hay mucha tarea por hacer. Construir y reconstruir.