Salud

¿Estamos viviendo más rápido de lo que deberíamos?

Vivimos en una carrera contrarreloj de la que nos resulta difícil zafar. Sin embargo, según Carl Honoré, creador del movimiento Slow, es posible ir más lento y llevar un ritmo de vida con menos presiones

¿Cuándo paramos? ¿Cuántos minutos de silencio tenemos por día? ¿De cuánto tiempo disponemos para preguntarnos qué sentimos y si nos gusta la vida que estamos llevando? Desde su casa de Londres, Carl Honoré , autor del libro Elogio de la lentitud y creador del movimiento Slow, responde a esas y otras preguntas. Su propuesta: retornar a una forma de vida más parecida a la de nuestros abuelos, sin tantas presiones.

¿Estamos viviendo más rápido de lo que deberíamos?

Sí. El apresuramiento hace que la gente esté siempre a punto de explotar. Hasta la persona más pacífica en un atasco de tránsito es capaz de enloquecer. Creo que estamos llegando a un límite y eso se nota en el aumento de los casos de depresión, de estrés, de ansiedad, de obesidad, en el fracaso de los matrimonios, y en la dificultad que tienen las personas solteras para encontrar pareja. Esta "cultura correcaminos" está haciendo estragos en todo, desde la salud y la dieta hasta el medio ambiente. Un primer paso para frenar es darles prioridad a las cosas que son importantes y dejar ir todo lo demás, entonces comienza a desaparecer la presión. Hemos perdido la capacidad de esperar y la cultura de gratificación instantánea es muy peligrosa.

¿Por qué vivimos tan apurados?

Nos ofrecen un montón de experiencias que no queremos perdernos: viajes, entretenimientos, desarrollo económico y profesional, pero el problema es que para probar todo, debemos apurarnos, explotar el tiempo, hacer varias cosas a la vez. En el trabajo nos presionan para hacer todo lo más rápido posible, nos rodeamos de aparatos tecnológicos que nos animan a ser veloces. Y hacer las cosas más rápido también es una forma de no pensar en cuestiones más profundas que debemos resolver.

¿Por qué es necesario que nuestra vida no sea tan acelerada?

Creo que vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir. Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida. La mejor forma de aprovechar el tiempo no es hacer más cosas rápidamente, sino buscar el ritmo adecuado para cada una. Hay que plantearse muy seriamente a qué dedicamos el tiempo. Nadie en su lecho de muerte dice: "Ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina o viendo la tele" y, sin embargo, son las actividades que más tiempo consumen en la vida de la gente.

¿Cómo podemos empezar a desacelerarnos?

Podemos comenzar por hacer pausas en el trabajo, desconectar los teléfonos y la computadora por lo menos unas horas durante el fin de semana, tomarse tiempo para cocinar en lugar de comprar comida rápida, caminar en lugar de usar el coche para moverse pocas cuadras, buscar un tiempo para meditar, dedicarle más tiempo a los trabajos manuales como jardinería, o escribir y pintar. Incluso puede aplicarse al sexo. Se sabe que muchas mujeres no tienen deseo porque no les gusta el sexo rápido. Hay que volver a los rituales amorosos: bañarse juntos, poner música, encender velas... Es necesario reeducar la paciencia e intentar la conexión con el otro.

También vivimos con ansiedad nuestro tiempo libre. ¿Por qué?

En nuestra cultura de ritmo acelerado estamos obsesionados con ser hiperproductivos, incluso en nuestro tiempo libre. Aun cuando no nos controlan, estamos aterrorizados con la idea de perder el tiempo. Esto significa que nos sentimos impulsados a usar nuestro tiempo libre para ser productivos. Por otro lado, para algunas personas el tiempo libre no es valorado, justamente porque no es productivo. En inglés, un sinónimo de tiempo libre es dead time(tiempo muerto).

¿Qué influencia tienen las herramientas digitales, la tecnología y las redes sociales en la invasión de nuestro tiempo libre?

La tecnología no es ni buena ni mala, lo que importa es cómo la usamos. Los seres humanos estamos programados para sentir curiosidad, para comunicarnos y conectarnos, y es genial que la tecnología nos ayude a hacer eso. El problema es que en un mundo de información ilimitada hay personas que no saben cuándo parar. Hay un paralelo con la epidemia de obesidad. Así como seguimos comiendo cuando nuestros cuerpos han tenido suficiente comida, enviamos mensajes de texto por Facebook o Twitter mucho tiempo después de que nuestra mente está sobrecargada de información y estimulación.

¿Qué valor debemos darles a nuestros momentos de ocio?

El tiempo libre es parte esencial de una vida sana y plena, pero sólo si reducimos la velocidad y si hacemos actividades que realmente significan algo para nosotros, aunque sea hacer nada, pensar o soñar despiertos. Debemos recuperar los momentos que nos permiten recargar las baterías físicas, mentales y espirituales. Disfrutar del tiempo libre puede ser, simplemente, apagar todos los aparatos tecnológicos y estar un tiempo desconectados. En el tiempo de ocio también se nos ocurren las mejores ideas. Cuántas veces dijimos "¡Eureka!" mientras estábamos panza arriba. En cambio, esas ideas rara vez llegan cuando estamos haciendo malabares entre el teléfono, los mensajes de correo electrónico, tratando de hacer oír nuestras voces en una reunión o apurándonos para entregarle un trabajo a un jefe impaciente. Las buenas ideas llegan cuando salimos a pasear al perro, mientras estamos sumergidos en un baño de inmersión o meciéndonos en una hamaca. Cuando estamos en calma, el cerebro trabaja mejor y los pensamientos se deslizan. Algunos lo llaman "pensamiento lento", y las mejores mentes siempre han entendido su poder.

¿Qué pasa cuando encontramos el ritmo adecuado para cada cosa?

Cada persona tiene su propio ritmo y, cuando lo encuentra, se siente bien físicamente, desaparecen las contracturas que causan las tensiones, se siente más concentrada, más comprometida y disfruta lo que hace. Nos acordamos de las cosas con claridad en lugar de olvidarlas ni bien sucedieron, somos más creativos, más curiosos, nos sentimos con más energía y optimismo para encarar lo que debemos hacer. Disminuir la velocidad trae calma interior. Esto es bueno para la salud mental y para pensar más creativamente. También nos da tiempo para hacernos grandes preguntas: ¿quién soy? ¿cuál es mi papel en el mundo? Y ayuda a crear una sociedad más cohesionada, donde la gente está interesada en el bienestar de los demás. Al disminuir la velocidad que nos permite ser más eficientes cometemos menos errores y tomamos mejores decisiones. También saboreamos el placer de las experiencias que elegimos. Como dijo la famosa actriz Mae West: "Cualquier cosa que valga la pena debe hacerse lentamente".