Las expectativas de siembra para la nueva campaña de trigo, que está comenzando a realizarse en diferentes regiones del país, vuelven a ser bajistas. Según los especialistas este año la superficie destinada al cereal no superaría las 4 millones de hectáreas, una cifra similar a la campaña anterior, aunque muy inferior respecto de las 6,5 millones que se implantaron históricamente en la Argentina.
Daniel Miralles, profesor asociado de la cátedra de Cerealicultura de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) advirtió sobre la falta de incentivos para revertir la pobre superficie sembrada con trigo, pese a que este año existen buenos contenidos de agua en el suelo para iniciar la siembra y una perspectiva hídrica favorable.
"El cepo a la comercialización a través de los cupos de exportación para el trigo argentino impuesto por el Estado, determina que el productor no pueda vender libremente a un precio internacional. Los cupos a las exportaciones desalientan la siembra porque el agricultor se encuentra con una sensación de incertidumbre, debido a que no sabe si va a poder comercializar sus granos una vez que los coseche", afirmó Miralles.
No obstante, aseguró que en sólo una campaña el cereal podría volver a alcanzar la superficie histórica, si se implementan políticas de incentivo: "El productor argentino tiene mucha experiencia en trigo. Es un cultivo tradicional y podría revertir la situación actual muy rápidamente. Sólo falta una decisión política para que se vuelvan a introducir las gramíneas en la rotación”, indicó.
Según Miralles, la política comercial asociada al trigo, así como la baja en el área de siembra, genera consecuencias negativas desde los económico y ambiental. "Estamos perdiendo mercados internacionales, principalmente Brasil, que era nuestro principal comprador. Además, desde lo técnico, al salir las gramíneas del sistema agrícola (principalmente cereales invernales como el trigo y la cebada), se pierde el volumen de rastrojos en la rotación y el aporte del carbono que sostiene la fertilidad de los suelos y el potencial de los cultivos".
El investigador de la FAUBA advirtió que la caída en la siembra de gramíneas viene sucediendo desde 2006, provocando también un impacto negativo sobre los rendimientos del cultivo de soja y permitiendo la aparición de nuevas malezas, cuyo control se realizaba naturalmente con las gramíneas o con herbicidas de amplio espectro, y que hoy se lleva a cabo con agroquímicos más agresivos, ya que se están volviendo a usar las mezclas de herbicidas que se utilizaban en las décadas de los ´70 y ´80.
"En 2012 tuvimos una de las peores compañas de los últimos años. Se registraron grandes excesos hídricos desde el inicio del ciclo del cultivo y anegamientos durante los períodos críticos, con una alta incidencia de enfermedades. Este combo generó pérdidas en el rendimiento, tanto en el trigo como en la cebada. Este último cultivo, que había alcanzado 1,5 millón de toneladas, se vio severamente afectado en muchas zonas y es probable que también muestre una leve retracción en la superficie sembrada esta campaña”, aclaró.
Por último, dijo: "Desde el punto de vista técnico, la disminución de los cultivos invernales fue uno de los mayores golpes negativos en los sistemas productivos agrícolas argentinos de los últimos años. Hoy estamos tomando conciencia del impacto. Aún estamos a tiempo de revertir daños mayores en los sistemas de producción, si se promueven políticas agrícolas que aseguren la sustentabilidad".