Imaginemos lo que viene. Quizá no hayamos caído en la cuenta de que, por primera vez en muchísimos años, quizá en la historia, la Nación, la provincia de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires trabajarán en armonía. La añorada convergencia de campo y ciudad está en el horizonte, que limpió la fuerza del pampero que sopla desde el 25 de octubre.
Por ejemplo: el Mercado Central, clave para el sector frutihortícola, tiene un gobierno tripartito. Pero la voz de mando es de la Nación. Ahí pulularon Moreno y sus secuaces. Bueno, imaginemos el cambio…
El Riachuelo tiene dos márgenes, una porteña y otra bonaerense. Los esfuerzos de un lado naufragaban en la inoperancia y la corruptela del otro. Llevará menos tiempo saldar una de las principales deudas ambientales que exhiben las tres partes. Porque el Riachuelo lacera, fundamentalmente, a la Nación.
Hablar del Riachuelo es hablar de dos cuestiones: agua y medio ambiente. Ambas, constituirán indefectiblemente el núcleo duro de la agenda que viene. Estamos frente a la oportunidad, por esa cuestión de la convergencia, de atacar de raíz el problema de las inundaciones. La provincia necesita enormes obras de ingeniería. La Nación debe hacerlas suyas, porque será socia privilegiada si se piensa en grande. No se trata simplemente de evitar que el agua entre en Luján o San Antonio de Areco, o que corte simultáneamente las rutas 8 y 9, o la 7 como durante tantos años.
Ya hablamos de esto la semana pasada. Allí hablamos de la epopeya de los Países Bajos, que construyeron un país agrícola ganando tierras al mar. Desarrollaron la ingeniería más importante del planeta para manejar el agua. Cuando el huracán Katrina destruyó Nueva Orleans, fueron ellos quienes desarrollaron las soluciones y contribuyeron a la reconstrucción.
Un argentino que justamente estuvo en Rotterdam esta semana, leyó la nota y me escribió: “Cuando una va de Amsterdam para Zwölle, pasa con el tren por áreas de una tierra de un color extraño, donde se ven granjas, animales, pero no gente.
Cuando pregunté hace unos años, me dijeron que eran las tierras ganadas al Zuidersee (el mar interior) y que no estaba permitido (en esos años) que nadie viviera por medidas preventivas; donde figura mar y agua, ahora hay tierra”.
Los tiempos cambian. No sólo los tiempos políticos. También los tecnológicos y los productivos. Hace 25 o 30 años, cuando se pensaron las obras de la cuenca del Salado, no teníamos las herramientas con las que hoy contamos. Además de las tecnologías duras (semillas, productos de protección, fertilizantes, maquinaria, logística) se viene la era de la agricultura de precisión.
Esta semana, John Deere y Monsanto concretaron un Joint Venture para el manejo de “big data” (agricultura de precisión). Bueno, imaginemos 10 millones de hectáreas de la provincia de Buenos Aires, a 100 km de la ciudad de Buenos Aires, ganadas para la producción moderna. Pensar simplemente en canales, como ya lo decía Florentino Ameghino hace 150 años, no resuelve el problema. Hay que manejar las cuencas con sentido ofensivo, no simplemente defensivo.
Obras ambiciosas. Como fue el dragado y balizamiento de la hidrovía, iniciada en 1995. Es la obra más grande del mundo en su tipo. Permitió que subieran por el Paraná los grandes buques graneleros, al profundizarse de 23 a 36 pies. Se hizo casi exclusivamente con capital privado. Fue la base para que se levantara, en apenas dos décadas, el cluster agroindustrial sojero, el más competitivo del mundo.
Y muchos, diría que la mayoría, no tiene todavía idea de lo que fuimos capaces de hacer. Encima, con viento de frente y en un todos contra todos.
Podemos imaginarlo. Podemos hacerlo. Ahora, en armonía, es como dicen los muchachos de Nike: just do it.
Clarín