Dejemos de lado la obvia e infantil chicana de arrojar una promesa de mil millones de pesos para compensar a los pequeños y medianos productores. Sonó a provocación, un póstumo intento de meter nuevamente una pica en la dirigencia. Así la tomó el campo, que ayer expresó su protesta de modo contundente.
Lo importante es, o era, el trigo. Supongamos que la idea que hay detrás de los mil millones es lograr una mejor siembra y evitar que el kirchnerismo pase a la historia como el gran verdugo del trigo argentino.
Pero llegó tarde, como el forense: ya no se puede revertir la nueva caída de la superficie, que alcanzará apenas a 3,5 millones de hectáreas.
Hace 33 años, viajé por primera vez a Francia. En aquella época, en estas pampas la soja comenzaba a abrirse paso por la gran alternativa que significaba como cultivo “de segunda”, sembrándose apenas levantado el trigo.
En otras palabras, no era su competencia, sino el complemento y la posibilidad de aprovechar el verano de manera más eficiente que el pastoreo del rastrojo de trigo, la práctica más habitual en casi toda la región pampeana.
El trigo había iniciado, en los 70, un nuevo sendero tecnológico. La irrupción del germoplasma mejicano, de porte más bajo y ciclo más corto, permitió un salto interesante en los rendimientos, que pasaron de 15 a 20 quintales por hectárea, con picos de 40 en los planteos más intensivos. Se comenzaba a fertilizar con fósforo y algo de nitrógeno.
En aquel viaje, recorriendo el Salón Internacional de la Agricultura, en la Puerta de Versailles, me encontré con un stand de la compañía británica ICI que hablaba del “Club de los 100 quintales”.
Me arrimé pensando que hablaban de maíz. Imaginen mi sorpresa cuando veo que se trataba de trigo. Al club accedían los productores que superaban esa barrera.
Empecé a preguntarme porqué semejante brecha con lo nuestro. Al regresar, escribí algunos artículos que despertaron el interés de los productores líderes, varios de ellos nucleados en el CREA Pringles. Me invitaron a charlar. Uno de ellos, Carlos Villar, joven y pujante, propuso reproducir la idea.
Hubo un gran debate. El asesor les decía: “cómo van a pensar en 100 quintales si no se pueden estabilizar en 40”. Yo pensaba: “pero en Francia sacan 2,5 veces más. Cómo harán”. La respuesta: “ellos subsidian”.
No me pareció suficiente explicación. Me imaginaba haciendo un ensayo aplicando todo el paquete francés: su genética, sus altísimos niveles de fertilización, sus funguicidas, reguladores de crecimiento, etc.
La hago corta: a los pocos años, aparecieron los Baguette, primeras variedades de genética francesa, introducidos por Nidera. Hoy todos los semilleros han incorporado este germoplasma. En poco tiempo, aparecieron los trigos de 100 quintales en el sudeste triguero. Y es usual sacar 70 o 75 quintales en Rojas, más una soja o maíz de segunda.
No fue fácil, pero el potencial estaba creciendo a los saltos. Llegamos a 6,5 millones de hectáreas, con rindes de 25 qq/ha y recién estábamos aprendiendo.
Hasta que llegó el experimento K, destinado a poner un pie en la puerta giratoria en nombre de nadie sabe qué quimera.
Comenzó la debacle general, y el trigo fue indudablemente el que más lo padeció. La gota que rebalsó el vaso fue la ominosa importación de trigo en el 2013, el papelón mayor de la “década ganada”.
Argentina era el proveedor natural del segundo importador mundial, Brasil.
Hace quince días, Brasil celebró un acuerdo con Rusia para asegurarse el abastecimiento. Hemos perdido la preferencia arancelaria del 15% por “walk over”. Uruguay y hasta Paraguay están medrando con nuestra falencia.
Un lucro cesante de 2.000 millones de dólares en exportaciones en el país del cepo por falta de divisas.
Bueno, el potencial está intacto. Vienen otros tiempos.