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Entre la euforia y el escepticismo

Las favorables expectativas oficiales sobre la economía argentina, en este año de elecciones, se fundan en el papel productivo de la agricultura y de la fuerza adquisitiva del mercado brasileño

12 Ene 2013

El tema es materia de preocupación, pues estas expectativas están más cerca de la fantasía que de la realidad. Ni la producción agrícola ni la demanda brasileña revelan, hoy, un panorama por demás halagüeño. Esta última no debería alentar una perspectiva demasiado positiva dado el moderado ritmo de crecimiento de nuestro vecino. Y la primera, tampoco. Porque es muy probable que se registre una caída de producción y de precio. De hecho, la cosecha de trigo que está finalizando es una de las peores de la historia del cereal, no sólo en cantidad sino también en calidad. Difícilmente superará el volumen de 9,5 millones de toneladas.

 

Especial atención merece la cosecha de soja, que, pese a las declamadas estimaciones, apenas podría alcanzar un volumen de 50 millones de toneladas, en vista de los problemas de humedad que han retrasado visiblemente las fechas de siembra, anegado áreas de consideración y disminuido la superficie implantada. El atraso en la siembra no es un tema menor, pues representa una pérdida de productividad que no se recupera con la mejora de las condiciones climáticas.

 

Por la entrada de una cosecha buena en Brasil y la posibilidad de una exitosa campaña en EE.UU. es probable que, para este año, el precio de la soja se asemeje al del primer semestre del año pasado; y así quedarían atrás los altísimos niveles de septiembre de 2012. Con tal volumen y asumiendo un precio FOB próximo a 470 dólares, la entrada por exportaciones del complejo de la soja, esto es, del poroto, de la harina, del aceite y del biodiésel, podría llegar a cerca 21.000 millones de dólares. Se trata de una suma claramente inferior a la calculada por los principales organismos del país y aún del exterior. Vale remarcar esto dado el gravitante peso de la soja en términos de balanza comercial y fiscal.

 

En este contexto, vale preguntarse si los resultados agrícolas permitirán una fácil continuidad de la forma de hacer gobierno. El interrogante tiene valor, pues el denominado modelo económico parece que ha comenzado a naufragar porque sus dos pilares, es decir, el fiscal y el de la balanza comercial, han desaparecido. La situación fiscal ya no es superavitaria y muestra graves problemas frente a un desbordado gasto público que no tiene visos de entrar en razón a resultas de las demandas financieras de una política económica sujeta a un creciente populismo en las puertas de las elecciones.

 

El otro gran pilar, el saldo favorable de la cuenta corriente de la balanza comercial, es resultado de las presiones de la impredecible política sobre las importaciones. El esquema cambiario hace rato que ha dejado de promover la exportación. Por el contrario, hoy es adversa para este objetivo. No sólo el denominado sector manufacturero queda afectado, sino también la misma cadena agroindustrial -muy especialmente las actividades de las economías regionales-, que transita por un camino de pérdida de competitividad merced a un tipo de cambio desligado de la tasa de inflación.

 

Terminado el año 2012, donde el clima -primero sequía, luego, inundaciones- y la competitividad generan dudas sobre el devenir del agro, no puede dejar de contemplarse un escenario para el futuro inmediato ciertamente negativo, con graves consecuencias sobre el desarrollo de las redes agrícolas que caracterizan muy particularmente a la economía agraria argentina. Como se puede apreciar, no es razonable aguardar un año "fácil" tanto para la cadena agroindustrial como para la economía toda. Pero ello no debe llamarnos al escepticismo pues continúan vigentes las razones estructurales que marcan a los próximos años como un período de fuerte demanda mundial para nuestros productos.

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