Ambientes productivos de gran atractivo para el inversor, en un marco caracterizado por impuestos excesivos, intervención de mercados y otras medidas por el estilo que desalientan al más predispuesto. Aparecen algunas señales positivas.
Ambientes productivos de gran atractivo para el inversor, en un marco caracterizado por impuestos excesivos, intervención de mercados y otras medidas por el estilo que desalientan al más predispuesto. Aparecen algunas señales positivas.
Cada hectárea productiva del país es la piedra basal del presente y futuro de la nación. Y no es un comentario demagógico, abundan las evidencias de que sin el campo no hay progreso, las divisas vitales escasean y todas las estructuras corren riesgo de derrumbe. Cada seca intensa pone en jaque al gobierno de turno, que para colmo por un motivo u otro llega a los tumbos a la parte final de su periodo de vigencia.
No hay manera de dudar del valor de la tierra en la Argentina, por lo que ha recibido como ventajas comparativas y por los avances competitivos que el productor le ha venido sumando año tras año. Pero es cierto que cuando se combina una seguidilla de malas condiciones climáticas y administraciones que desde el Estado siembran de obstáculos el camino, el comprador se retrae esperando tiempos más razonables.
La cuestión climática es solucionable. Tarde o temprano la seca será un mal recuerdo y la tierra volverá a expresar todo su potencial, recuperando la respuesta que puede esperarse del negocio. El otro tema es más difícil de resolver y pesa en el ánimo de compradores y arrendatarios. La actividad viene acumulando años en que se suman medidas que atentan contra los números que pueden esperarse de ella. Derechos de exportación, tipo de cambio de fantasía, volúmenes de equilibrio, fideicomisos, periodo de paridades cambiarias algo mejoradas que jamás se sabe cuándo llegan, dependencia del capricho del funcionario de turno, presión impositiva excesiva.
Hasta las dudas sobre la seguridad jurídica vigente obligan a pensar dos veces el asunto antes de meter la mano en el bolsillo. Hay que entender que el atractivo de un país en materia de inversiones incluye muchos otros factores que los meramente tangibles.
Ahora, desde la Cámara Argentina de Inmobiliarias Rurales hablan de una leve aunque esperanzadora reactivación en la dinámica de los negocios. La sensación es que la vocación por comprar es más firme que hace unos meses, en especial para los campos de buen potencial, si bien los contactos de un lado y otro del mostrador son todavía inferiores a lo que se esperaba.
Es que a las trabas antes citadas hay que sumar la falta de financiamiento adecuado, la pulseada respecto del lugar de pago (local o en el exterior), los costos bancarios de movimientos de fondos, y gravámenes como el impuesto a los débitos y créditos e ingresos brutos, entre otros, que dificultan y demoran las operaciones.
La Cámara entiende que el proceso de baja de valores se detuvo, y sospecha que estamos en un piso para el precio de la tierra, ya que en los últimos meses la actividad muestra una lenta pero sostenida recuperación. Pero además, los valores de la tierra en nuestro país están baratos en relación a lo que se pide en otras partes del planeta, y deberían tender a equilibrarse.
Es la tierra y sus circunstancias, que en la Argentina no son las mejores. Modificando el entorno y haciéndolo mucho más razonable, la compra-venta de campos recuperará el dinamismo que siempre tuvo. La producción de alimentos fue, es y será estratégica. Estamos en el negocio en que debemos estar, solo hay que esperar que se liberen las fuerzas tontamente contenidas por políticas que jamás dieron resultado. Una vez hecho esto, el derrame de beneficios alcanzará a todos, de un modo u otro.