Se asiste a un fin de ciclo político y lo que viene será diferente. Gane quien gane, y aun cuando el kirchnerismo hará lo que pueda para conservar espacios de poder, en un par de meses arrancará otra historia. Una historia en la que el campo, nuevamente, cumplirá el papel de sacar las papas del fuego.
Nadie puede ser tan necio como para no entenderlo. Ni siquiera el “oficialismo”, que si gana dejará de serlo. Porque no va a rifar la carrera en el primer codo. Hay suficientes síntomas de que así será. El propio Julián Domínguez, que suena para cargos de alto rango si triunfa Scioli, dijo esta semana que hay que eliminar las retenciones y los ROEs para trigo y maíz. Es algo más que un discurso de campaña.
Hasta Kicillof confesó a gente del sector que él era partidario de hacerlo, pero CFK no podía ceder en su pelea con el campo.
Necedad que le hizo sufrir una insensata pérdida de divisas, poniendo en riesgo la salud macroeconómica en el final de su mandato.
Hasta el año pasado, quitar los derechos de exportación y liberar el comercio permitía recuperar rentabilidad. Hoy es una necesidad imperiosa, para salir de la zona roja, donde no hay cultivo ni productor que se salve. El mundo ya no es lo que era.
Estos son tiempos duros en el negocio de los commodities. El derrumbe del petróleo, que comenzó en junio de 2014, se trasladó a todas las materias primas.
Los inversores reaccionaron frente al debilitamiento de la demanda china. Sufrieron los minerales, en especial el cobre, en menor medida el oro. El índice de commodities de Bloomberg, calculado sobre 22 productos, cayó un 50% desde 2011 regresando a los valores de 1999.
De las 10 compañías con peor performance en el índice de Standard&Poor’s (sobre 500 títulos), 8 pertenecen a empresas de commodities. El lunes pasado fue particularmente tumultuoso. En pocas horas, Alcoa, la empresa emblemática del aluminio estadounidense, con 127 años de historia, anunció su partición en dos compañías más pequeñas.
La Royal Dutch Shell, una de las más grandes petroleras, anunció que abandonaba la exploración en el Artico, donde tiró al agua 7 mil millones de dólares sin retorno alguno.
Un viejo axioma dice que el remedio para el precio bajo es, precisamente, el precio bajo. Así como, a la inversa, el problema de los altos precios se resuelve con…los altos precios.
De alguna manera, hoy el sector de materias básicas está nadando en los stocks generados por la bonanza. De acuerdo a un informe del Citibank, la minería de cobre -motorizada por la demanda china- recibió inversiones globales por 33.000 millones de dólares en los últimos diez años. “Cuando la economía china chupa frío, los metales agarran neumonía”, recoge la agencia Bloomberg de Tai Wong, experto de BMO Capital Markets.
Pero no sucede lo mismo, o al menos en la misma proporción, con los básicos alimenticios y energéticos. Si la economía china se orienta más al consumidor, los alimentos sufrirán menos.
En un seminario realizado esta semana en conjunto entre el Consejo Profesional de Ciencias Económicas y la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, el experto Marcelo Regúnaga remarcó que se mantiene la tendencia del consumo de soja y granos forrajeros, traccionado por la transición dietética hacia las proteínas animales.
Pero enseguida Ramiro Costa, economista de la Bolsa, expuso crudamente los números de la producción local. El estancamiento, que se consolidó este año con una caída de la superficie de trigo y un preocupante desinterés por la siembra de maíz (que no será compensada con mayor área sojera) es la peor noticia para el gobierno que entra.
¿Será, como dice Alfredo Zitarrosa en El Campo en Invierno, que “siempre da calostro la vaca recién parida”?
Clarín