China y la tribulación carnal
El avance en los protocolos sanitarios para productos cárnicos fue sin duda uno de los resultados más importantes de la reciente misión oficial a China, encabezada por la presidenta Cristina Kirchner. China se convirtió de la noche a la mañana en el principal importador mundial de carne vacuna y todo indica que les resultará muy difícil sofrenar el caballo desbocado.
Hace quince años, China prácticamente no importaba alimentos. Pero el líder del influyente World Watch Institute, Lester Brown, ya había puesto el alerta rojo en su best seller “Who will feed China?” (¿Quién alimentará a China?). Lo que planteaba era que el país por entonces más poblado del mundo ya había superado el problema del hambre, al disminuir la tasa del crecimiento demográfico vía control de la natalidad (un hijo por familia), acompañado por un aumento de la producción de básicos agrícolas (arroz y trigo, ambos para consumo humano directo). Pero superadas las hambrunas de la época de Mao, afrontaba otra“amenaza”: la transición dietética. Una sociedad que sale de la pobreza y mejora su calidad de vida, incorpora rápidamente las proteínas animales en todas sus formas.
La carne vacuna es la etapa superior de la transición dietética. China ya es el principal consumidor mundial de cerdos. El pollo no le va en zaga. La cadena Kentucky Fried Chicken, operada por Yum, la mayor empresa gastronómica del mundo, abre un local nuevo cada 16 horas. Para abastecer semejante demanda, expandieron su producción interna. Se convirtieron en una aspiradora de soja, insumo clave en la producción de alimentos para el ganado. En 1996 exportaban algún excedente. Este año importarán 75 millones de toneladas, un 50% más que la producción argentina. En el 2008, Goldman Sachs anunció que compraría una docena de granjas de cerdos en Helongyang. La taba se dio vuelta: los chinos compraron el año pasado al mayor productor de los Estados Unidos, Smithfield. Al mismo tiempo que adquirían el 51% de Nidera y Noble, dos grandes plataformas logísticas y comerciales para consolidar el flujo irreversible de básicos agrícolas.
Ahora es el turno de la carne vacuna, un rubro donde el autoabastecimiento es mucho más complejo. Es una enorme oportunidad, pero a la Argentina la encuentra con el paso cambiado. Si bien hay una incipiente recomposición del stock vacuno, tras la debacle del 2009/10, la conducción oficial optó por el facilismo del castigo a las exportaciones, en la “inteligencia” de que así se aseguraría un fluido abastecimiento interno. Grave error, porque el incentivo a la exportación hubiera generado un importante crecimiento de la oferta, tanto en cantidad de animales como en el peso de faena.
No sólo no existió estímulo alguno a la producción de novillos pesados. Siguen vigentes derechos de exportación del 15%, un exabrupto para un producto de enorme valor agregado y altísimo efecto multiplicador, a través de la industria frigorífica exportadora, que es la que genera más empleo en cantidad y calidad. Los requisitos cada vez más estrictos para exportar también contribuyen a una mayor calidad y seguridad para el abastecimiento interno.
Pero la industria exportadora está sumida en una profunda crisis. En particular, las empresas que arribaron al país hace diez años, posicionándose para atender el ya promisorio mercado mundial. En primer lugar las brasileñas JBS, BRF, Marfrig, líderes mundiales en proteínas animales por decisión estratégica de Planalto. La mayor parte de las plantas de estas empresas están ahora paradas u operando con cuentagotas. Los precios actuales de la hacienda los dejan afuera de un negocio en el que para ser “competitivos” es necesario hacer alguna alquimia fiscal o sanitaria.
Así, no hay China que valga.
Clarín