Entre 2002 y 2012 la Argentina heredó una fortuna (la infraestructura acumulada en los ’90) y comenzó a recibir un sueldazo de CEO de corporación internacional (la suba espectacular del valor de los commodities) luego de vivir durante años de un subsidio de desempleo.
Es inevitable sentirse Dios con tanta abundancia. Y, como todo Dios, había que crear un relato que justificara su existencia. Con un coro de ángeles (muy bien remunerados) que lo vanagloriara. Y un grupo de demonios que (para reforzar el relato) recordara a todos su existencia.
Entre 2013 y 2014 la Argentina comenzó a cobrar cada vez menos (caída progresiva del valor de los granos). Para entonces había despilfarrado todo el capital heredado. Hasta debió vender el auto de alta gama para comenzar a viajar en taxi (con la importación creciente de petróleo y gas). Ya no se la veía más en el lobby del hotel cinco estrellas. Ahora frecuentaba una pensión en un barrio con calles destrozadas, kioscos narcos e inundaciones frecuentes cuando llovía más de la cuenta.
Pero la Argentina no se resignaba. Aún viajaba a destinos exóticos abusando del uso de varias tarjetas de créditos (emisión descontrolada de pesos con retraso cambiario). Y pedía préstamos engañando a los bancos (caída del ingreso de divisas con dibujo del número de reservas internacionales).
En 2015 finalmente se quedó con un sueldo de subsistencia (derrumbe del valor de los granos). Aún soñaba con volver a heredar un buen dinero que le permitiese recuperar algo de la gloria pasada (Vaca Muerta más muerta que nunca con el precio del petróleo regalado). Pero la realidad es que estaba cada vez más harapienta.
Con el tiempo la Argentina comprendió que, como cualquier mortal, tenía que salir a trabajar para ganarse el sustento. La gran cuestión –que aún no terminó de decidir– es qué quiere hacer. Puede quedarse en el barrio para aprovechar los extraordinarios márgenes de rentabilidad del negocio principal presente en la zona (sojuzgando a la indefensa población local). O puede intentar rescatarse y salir a buscar un empleo decente. Condiciones no le faltan.
Muchos aseguran, en un acto de fe, que es imposible que la Argentina no se rescate. Que el mal momento que está pasando es temporario. Que ya va a salir adelante. Yo les digo que, antes de hablar gansadas, averigüen qué pasó con su prima venezolana.
La mayor esperanza de la Argentina no está, por cierto, en los políticos, sino en la extraordinaria diversidad contenida en su amplio territorio. Por más dormidos, anestesiados y golpeados que estén sus habitantes, antes de caer al precipicio comenzarán a abrir los ojos para advertir que las limitaciones que padecen son las que ellos mismos se han impuesto.
Los mendocinos algún día descubrirán que estarían mejor siendo parte de Chile (una nación con catorce Tratados de Libre Comercio). Los salteños vivirían sin sobresaltos con las mismas condiciones presentes en Bolivia (un país con una inflación anual del 3,0%). Los cordobeses tendrían un nivel de vida muy superior sin las transferencias descomunales de recursos que deben realizar a la administración nacional.
Todos viven quejándose de sus matrimonios fallidos. Aún no se enteraron de que ya comenzó a regir del divorcio unilateral.