El 5 de agosto de 2007 el entonces secretario de Agricultura, Javier De Urquiza, escuchaba la palabra de los directivos de la Sociedad Rural durante el acto central de la Exposición del campo argentino. Y, ante la primera crítica que escuchó de sus anfitriones, le sonó su teléfono celular. Era Néstor Kirchner, el presidente, ordenándole que se fuera de inmediato. El funcionario huyó por un pasillo sin dar ninguna explicación y dejando huérfano de presencia oficial el encuentro. En doce años, Néstor y Cristina jamás pisaron aquellas tribunas. La grieta se profundizó un año después, con las protestas masivas del campo y la reacción K, que las descalificó como "piquetes de la abundancia".
Hoy, cuando Mauricio Macri hable en el acto de la Rural, habrán transcurrido 15 años para que un presidente vuelva a pisar el predio donde se reúnen los dirigentes y los productores del país agroindustrial. Las cosas han cambiado. Hubo baja y eliminación de retenciones a la exportación de granos. Hay cosecha record para el maíz, y una recuperación del mercado del trigo y de la carne. Hay algunos síntomas de reactivación en los pueblos del interior y un aumento progresivo en la venta de maquinaria agrícola. Faltan resolver todavía la situación del mercado lácteo y faltan medidas para las Pymes del sector que el Gobierno dice contemplar en los proyectos en marcha. Pero el clima es bien diferente.
Con la industria y la construcción todavía en baja, Macri necesita que el campo se convierta en el motor que saque a la Argentina de la recesión. Pero, fundamentalmente, es tiempo de empezar a cerrar las grietas. Porque conducen a la intolerancia y al atraso económico. Se puede discutir. Se pueden defender las posturas sectoriales con dureza. Pero los disensos del futuro se deben resolver cara a cara. Entre el Presidente, los empresarios y los gremialistas. El país de la confrontación permanente sólo tendrá destino cuando seamos capaces de superar nuestras contradicciones sin caer siempre en la tentación de asomarnos a los peores precipicios