"Ojalá que la renuncia de Messi sea sólo el arrebato de un nene"
Era un nene de 11 años y se comportó como un adulto. Soportó las inyecciones que él mismo se daba en las piernas como parte del tratamiento con hormonas de crecimiento. Aguantó las lágrimas sin decirles una palabra a sus padres. Se rebeló ante la adversidad. Fue tolerante ante la frustración. Esa postura frente a un obstáculo importante de su niñez forjó su personalidad. Su decisión de retirarse del seleccionado después de su cuarta final perdida va en contra de aquella actitud valiente. Contradice esa lucha que distinguió a su infancia.
Su reacción frente al penal errado anticipó lo que vino después. Como si la serie hubiera terminado allí, se desplomó frente a sus compañeros que intentaban reanimarlo. Debería haber sido al revés. Era él quien debía alentarlos ante la chance de que patearan. Se quedó solo en el banco. Sergio Romero entendió todo. Lo fue a buscar apenas desvió su remate y después volvió al arco para intentar atajar el de Castillo. Renunciar por perder finales es convalidar ese mensaje nefasto de "ganen o no vuelvan". No sólo abandona la lucha, sino que le da la razón a la intensa minoría que lo critica por pecho frío o cagón. Son muchos más los que lo quieren, lo respetan y lo admiran. La reacción en cadena solidaria sugerida por Agüero en la zona mixta responde a esa lógica. Si el líder se retira, ¿qué le queda al resto?. Es, también, el resultado de estar tan pendientes de la mirada externa (sobre todo en redes sociales), de darle demasiada importancia a un efecto colateral que no la tiene.
Si renuncian porque están cansados de que los puteen y que les digan cagones, están dándole la razón a esa gente que no entiende ni de contextos ni de matices. Son menos de los que ellos creen. Y nos deja solos a aquellos que intentamos explicar sin pedir linchamientos ni dictar sentencias. Nadie valora el hecho de perder tres finales seguidas. Se valora el hecho de haber llegado a esas finales. Claro que hay una sensación de dejà vu. Otro mano a mano fallado por Higuaín nos devuelve a Río y a Santiago. El contraste de una semifinal llena de goles con el cero en la final iguala Santiago y a New Jersey. El comienzo con Chile pateando penales, el ir siempre de atrás, una atajada de Bravo y el final con festejo rojo forman parte del mismo molde. Cuando algo se repite con frecuencia podemos hablar de cualquier cosa menos de azar. Pero ¿alguien puede explicar lo que ha ocurrido en estas tres finales?. ¿Hay un solo motivo para comprender lo que pasó? ¿O el fútbol es, a veces, tan complejo y misterioso que abre paso a la incertidumbre?
Admiro a quienes tienen respuesta para todo y a quienes pueden dividir el mundo entre ganadores y perdedores, en el fútbol y en la vida. Yo estoy lleno de dudas. Y, la verdad, no sé por qué pasa esto. Sé que no es por una sola razón. Y menos por la razón que los propios protagonistas convalidan con su renuncia. No se trata ni de pecho frío, ni cagón. Levántense otra vez. Vayan a buscar otra final. Cáiganse de nuevo y fracasen mejor, como dice el poema de Samuel Beckett que el tenista Stan Wawrinka tiene tatuado en su brazo. ¿Por qué no lo intentan de nuevo?, les dirá alguno de sus hijos. ¿Renunciar por haber perdido y despreciar el recorrido, el valor del esfuerzo? El fútbol es un juego. Deporte de alto rendimiento donde no da lo mismo ganar que perder, pero un juego al fin. Tienen un don, deben sentirse privilegiados y compartirlo con la gente que los respeta. Le prestan demasiada atención al insulto. A nadie le gusta que lo puteen. Es inevitable parte del trabajo. Ojalá Lionel Messi recuerde aquellos días de cuando sobrellevaba la adversidad de la vida. Es muy grande para retirarse así, sin seguir luchando. Ojalá ese "perdí, no juego más" haya sido el arrebato de un adulto de 29 años que anoche se comportó como un nene.
La Nación